El tiempo de los hombres

ESTHER SÁNCHEZ

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Hace unos días, tomando café con el socio de un despacho de abogados, la conversación se acercó a la conciliación de la vida personal y laboral. Me decía él : «Durante años, y en  todas las organizaciones, el modelo de profesional que se ha promovido es el que se deja su vida trabajando».

Es el profesional atroz. El que, en condiciones normales, empieza a trabajar a las 8 de la mañana  hasta las 10 o las 11 de la noche. No se reserva horas más que para asistir a eventos en los que seguir trabajando, desplegando una red de contactos para seguir en su bucle de actividad profesional.

Es el ejecutivo monocultivo, que no se diversifica sino que centraliza todo su talento y energía en una sola actividad, situándose con ello en una posición más o menos consciente de riesgo y de dependencia...  porque más allá del trabajo no es nadie.

Es también el profesional agresivo, que defiende su único espacio de desarrollo frente a cualquier intruso y amenaza como si le fuera la vida, aunque en realidad no sea así. Es una cuestión de supervivencia comprensible desde una concepción primaria de las teorías de la evolución.

La generación digital, los millenials, ven las cosas de otra manera. Aunque aún no han aterrizado plenamente en el ámbito profesional, el 89% de ellos considera que «es importante aprender y desarrollarse constantemente» y más del 50% prefiere «no tener empleo a estar en un trabajo odioso» sentimiento que depende muy estrechamente de su explícita voluntad de «vivir la vida».

Las generaciones adultas les definen como malcriados e individualistas.  Se repite el juicio de Sócrates de hace 2415  años: «Los jóvenes hoy en día son unos tiranos. Contradicen a sus padres, devoran su comida y faltan al respeto a sus maestros». Lenta evolución la del ser humano.

¿Y si les escucháramos con la mente abierta? El 76% de los millenials exigen a sus jefes que les hagan caso, porque saben cosas que les deben alertar. ¿Y si un profesional atroz, monocultivo y agresivo fuera consciente del valor de la vida personal? ¿Y si descubriera que puede ser mucho más versátil a partir de lo que  genera la vida cotidiana? ¿Y si además fuera capaz de experimentar la satisfacción que se siente colaborando con los demás?

Quizá entonces el trabajo adquiriría otro valor. Y también lo harían otras actividades familiares y sociales. El 79% de los millenials cree que debería estar permitido ir al trabajo en jeans. Hecho tan disruptivo como que defiendan que los hombres sean los que pasen a solicitar masivamente el permiso de maternidad o la reducción de jornada por guarda legal.  O que reivindiquen que el permiso de paternidad sea de cuatro semanas obligatorias, intransferibles y a disfrutar en solitario.

Que los hombres abran las orejas, son los nuevos tiempos.