Thurman: las arrugas del periodismo

ENRIC HERNÀNDEZ

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Este diario lleva desde el martes informando del supuesto estropicio que la cirugía plástica habría perpetrado en el desfigurado rostro de la actriz Uma Thurman. Nuestras únicas fuentes de información fueron una foto de Associated Press (AP) y el hervidero que su difusión provocó en las redes sociales. Dimos por seguros hechos que ignorábamos y que no pudimos o supimos contrastar, hasta que ayer Thurman reapareció en la NBC, tal como siempre fue, y con una sola frase agigantó las profundas arrugas que presenta el periodismo en la era de internet: «Deduzco que a nadie le ha gustado mi maquillaje.»

Cuando los medios de comunicación nos equivocamos es obligado presentar disculpas. Aquí están las nuestras.

Pero con eso no basta; debemos interrogarnos sobre nuestros procedimientos y nuestras inercias. ¿Por qué el miércoles EL PERIÓDICO llevó a la portada de su edición impresa las fotos del 'antes' y el supuesto 'después' de la intérprete? Responderé con sinceridad: primero, porque la viralidad de la historia a través de las redes sociales la convirtió en la comidilla mundial, alimentada a su vez tanto por los medios audiovisuales como por los digitales como el nuestro; segundo, porque la falsa noticia ahondaba en un debate, el de los excesos de la cirugía estética, que resulta de gran interés para sus potenciales clientes o clientas, como se demostró con la precedente 'transformación' (esta, cierta) de Renée Zellweger; y tercero, porque no hemos erradicado el tic machista de analizar el aspecto de las celebridades femeninas con mayor severidad que el de las masculinas. Los retoques' faciales de John Travolta, pareja de Thurman en la mítica 'Pulp Fiction', jamás se han asomado a las portadas de la prensa generalista.

Mucho por aprender

La distribución de información vía internet redes sociales brinda a los periodistas valiosa información sobre los gustos e intereses de los lectores, lo que no implica que el tráfico deba dictar nuestra oferta editorial. Ni mucho menos que, por la urgencia de contar los primeros una historia, renunciemos a verificarla y contextualizarla. Nos queda mucho por aprender.