mi hermosa lavandería

Terror en el supermercado

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dominical 615 seccion coixet / periodico

ISABEL COIXET

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La voz de uno de los encargados del supermercado suena firme y clara por los altavoces, seguida de unas notas musicales electrónicas con cierto aire de 'Encuentros en la tercera fase'. Hay ofertas en la sección de productos de limpieza. Y también en la de alimentación infantil, donde hay una promoción de tres por dos si se escoge papilla de pollo con arroz o vegetales con carne. Se anuncia también una fantástica promoción de yogures donde te regalan un litro de yogur líquido de sabores fresa-plátano y piña colada con la compra del pack de seis yogures naturales azucarados.

Ahora se abre paso entre los pasillos, donde los carritos chocan continuamente, una fanfarria de trompetas que anuncian la oferta más superespecial del día: el kilo de gambas congeladas al increíble precio de 5,50 euros, con un molinillo de pimienta negra superior de regalo. Los compradores se acercan a la sección de congelados, donde comprueban la aparente buena calidad de la bolsa de gambas. Nadie se fija –nos fijamos– en el origen de las gambas, y se van llenando con alegría los carritos. Los más espabilados compran varios kilos, pensando en las barbacoas del verano.

Las gambas vienen de Tailandia y los 5,50 euros no son solo el resultado de la magnanimidad de los dueños de la cadena de supermercados, sino el producto de una práctica casi desconocida cuyos oscuros y terribles entresijos solo ahora salen a la luz: el esclavismo. No hay datos oficiales sobre esta práctica que, se cree, hace trabajar en condiciones infrahumanas a más de 300.000 personas en las costas tailandesas. La mayoría son hombres procedentes de CamboyaLaos Birmania, atraídos por la aparente bonanza de la economía tailandesa y por la oferta de trabajo no especializado. Estos hombres pagan a traficantes para que les introduzcan en el país con la esperanza de trabajar dignamente en la construción o en plantaciones agrícolas y se ven vendidos literalmente como esclavos a barcos de pesca para cubrir la falta de mano de obra en la flota tailandesa. Muchos de estos barcos pescan morralla que sirve para alimentar a la multimillonaria industria de la gamba de criadero. A menudo, los trabajadores son amenazados, torturados y vendidos de un barco a otro, para que no se atrevan a protestar por su situación. Se les da un plato de arroz al día y duermen hacinados unos encima de otros en oscuras bodegas sin ventilación. Cuando alguno de ellos consigue romper el círculo, las autoridades le devuelven a su país de origen o le dejan totalmente desprotegido.

Según fuentes de ‘The Independent’, en esta práctica están implicados personajes de todos los estamentos oficiales del Gobierno. Los precios de estos esclavos modernos son más bajos que los que se pagaban por los esclavos del siglo XIX. Los productores de gambas en Tailandia surten de material a las principales cadenas europeas y americanas de alimentación y de platos preparados. Las superofertas especiales tienen un precio: el del sudor de unos hombres sometidos a la peor de las injusticias, la esclavitud.