El futuro de Catalunya

La teoría del suflé soberanista

Pase lo que pase el 27-S, el independentismo ocupará el centro del debate político varios años más

ENRIC MARÍN

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Una metáfora recurrente para referirse al proceso soberanista es la de la teoría del suflé. Es una imagen que pretende rebajar la emergencia del independentismo otorgándole poca durabilidad y consistencia. No es una metáfora particularmente agresiva u ofensiva. Hay quien ha explicado la reciente centralidad política del soberanismo comparándola con un estado de alteración de la percepción de la realidad provocada por las propiedades psicotrópicas de un porro colosal... Volvemos al suflé. Hablamos de un plato cocinado al horno y hecho a base de bechamel y clara de huevo a punto de nieve. A la temperatura adecuada, el suflé multiplica su volumen, pero cuando sale del horno se enfría y se contrae. Así pues, la imagen del suflé sugiere la idea de que el soberanismo es el resultado de una especie de súbita fiebre colectiva que bajará tan aceleradamente como ha subido en el termómetro.

Últimamente se habla mucho del bajo estado anímico del independentismo. Hay quien ve en este supuesto enfriamiento un claro síntoma de la bajada del suflé soberanista y el inicio del retorno a la normalidad. Bueno, podría ser que no convocando elecciones hace unos meses, el presidente Mas dejara pasar una oportunidad especial. Lo que ahora se llama una ventana de oportunidad. Y, ciertamente, las oportunidades no se programan; se aprovechan o no se aprovechan. Pero, independientemente de esta consideración, la imagen del suflé es muy desafortunada para explicar el decantamiento masivo del catalanismo político hacia postulados soberanistas e independentistas.

En primer lugar, la centralidad política del independentismo es el resultado de un proceso de cocción lenta, que se hace muy visible a partir del 2010, pero que comienza a tomar forma consistente desde la segunda legislatura de Aznar. En segundo lugar, se sustenta sobre unas bases sólidas y objetivas. Tanto desde una perspectiva económica, como política o cultural. En resumen: la construcción del proyecto de España que ha tomado forma en las últimas décadas es incompatible con un proyecto nacional catalán basado en un modelo económico equilibrado y productivo, la renovación de un sólido sistema cultural propio y la consolidación del Estado del bienestar. Se podría objetar que el proyecto español se puede modificar para acoger la singularidad catalana. Pero se trata de una esperanza decididamente naïf. Ningún indicio fáctico o racional abona esta hipótesis. Al fin y al cabo, todo es cuestión de poder. Y las redes de poder consolidadas en España son excepcionalmente rígidas. Refiriéndose al reparto del poder económico, el economista Miguel Puig hacía notar recientemente que en España nunca se han puesto las bases de una solidaridad interterritorial racional. Los más ricos (España foral) no pagan; los beneficiados por el efecto capitalidad (Madrid) se presentan como víctimas; los crónicamente subsidiados (la España meridional) impugnan toda idea de cambio que signifique modificación del statu quo; y los más grabados (eje mediterráneo) ya se han cansado de pagar. Un rompecabezas sin solución. Por si fuera poco, las prioridades de inversión pública diseñadas por la poderosa tecnoestructura del Estado son sistemáticamente a jenas a los intereses de la sociedad catalana. Por si no hay suficiente, ninguna de las combinaciones de gobernación posible en España (PP-C's; PP-PSOE; PP-PSOE-C's...) hacen creíble una reforma constitucional que reconozca de forma consecuente el carácter plurinacional del España. Ni siquiera la más que improbable coalición de PSOE y Podemos. Solo hay que poner el oído a declaraciones o bien hojear programas. No hace falta una gran sagacidad política para sospechar que sin reconocimiento explícito del estado de realidad nacional catalana no hay ninguna posibilidad de encaje catalán basado en indefinidas y brumosas terceras vías. Por eso ya no hablamos del problema catalán; hablamos del problema español. Para el catalanismo ya no tiene ningún sentido subordinar el proceso constituyente catalán a un hipotético proceso constituyente español. La conclusión es obvia: pase lo que pase el 27-S, el independentismo ocupará el centro del debate político varios años. No es un suflé. Ha venido para quedarse.

El comportamiento de España respecto a Catalunya recuerda la suerte del protagonista de la excelente novela de James M. Cain El cartero siempre llama dos veces. En primera instancia, Frank consigue eludir su responsabilidad, pero cuando cree que ya se ha salvado, un accidente acaba con su sueño y, de paso, lo condena. En cuanto al encaje de Catalunya, el Estado no supo aprovechar la oportunidad del marco democrático abierto con la muerte de Franco. Años después, ya demasiado confiado, el Estado se negó a ver ninguna virtud en la propuesta federalista del presidente Maragall... Efectivamente, el cartero siempre llama dos veces.