Análisis

Teología del resultadismo

ERNEST FOLCH

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Bienvenidos a la nueva doctrina azulgrana: el resultado. Concluida la era gloriosa en la que se conquistó el mundo con una idea única y genuina, que estaba por encima de cualquier contingencia, los que nunca creyeron en ella se disponen ahora a anunciar su defunción. Priman las urgencias para proteger el poder, y se imponen los atajos: ya solo vale ganar, da igual el cómo. El oficialismo que bajo la lluvia de títulos juraba un falso amor eterno a los ideales se ha quitado por fin la careta y se aferra al clavo ardiendo del resultadismo.

Quizás contaminado por los que le susurran al oído la nueva ideología, tan vieja como el fútbol de ClementeLuis Enrique ha repetido dos veces en una misma semana que un resultado favorable lo arregla todo. De repente, el único análisis es el marcador, el resto son tonterías. Por supuesto, la teología del resultadismo culpa también al tiki-taka de todos los tropiezos, empate en Getafe incluido, y lo vende como algo caduco y trasnochado, contrapuesto a este fútbol pretendidamente tan moderno que llevó a la victoria contra el PSG.

Resulta que cuando Luis Enrique pierde es porque ha cedido a las viejas ideas, y cuando gana es porque defiende sus ideales de un fútbol evolucionado y revolucionario. Pero este grotesco ejercicio de funambulismo es sencillamente una fantasía: en Getafe, no hubo nada, excepto una estéril posesión, que hiciera pensar en el Barça clásico que enamoró al mundo. Y contra el PSG no hubo ninguna evolución sino una especie de regresión a los viejos tiempos del doble pivote, una fórmula que por cierto profundizó en la sensación de que el equipo juega sin centro del campo, por mucho 3-1

que reflejara el marcador.

Pero ya se sabe que en la nueva teología el único mantra es el resultado, y parece ser que es este, y solamente este, el que hace buenos o malos los partidos. Con esta máxima, se nos dice que el partido contra el PSG fue fabuloso, el de Getafe malo, y así sucesivamente. Solo importa el marcador, gritan los apóstoles, que en realidad le hacen un flaco favor al entrenador, sujeto a partir de ahora a los caprichos del azar. Porque a día de hoy un partido del Barça es lo que más se parece a tirar una moneda al aire, con más probabilidades de cara por sus grandes individualidades, pero a la larga con demasiadas cruces.

Sin ninguna ideología que lo proteja, sin ningún plan que se explique de forma convincente, el equipo ha pasado a ser una máquina que se adapta al rival, y no al revés, en una inquietante inversión de la lógica que hasta hace poco presidía este club. Cuando solo importa el marcador, todo empieza y acaba en la pelotita. El resultado es un técnico inseguro que cada vez que pierde se pone a la defensiva y un club que se ha vuelto más frágil, porque lo fía todo al siguiente partido. Justamente el escenario que queríamos evitar.