tú y yo somos tres

La temible nocturnidad

FERRAN MONEGAL

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Resucitan los late-shows. La noche se mueve. Y en este jadeo de criaturas que buscan la luz en la nocturnidad, también se añade el estertor de los programas especiales que va colocando en A-3 TV Nacho Abad. ¡Ah! Parece que el fichaje de este experto en casos espeluznantes -antes estaba en T-5 con Ana Rosa Quintana- llevaba como condición ir colocando también, al filo de la madrugada, tremendos ejercicios rebañando los sucesos más escalofriantes. Le vimos hace poco un delicado trabajo sobre Yéremi Vargas, aquel pobre niño que desapareció hace seis años en Canarias. Convocaron al padre y a la madre, en dúplex, cada uno por su lado -actualmente están separados- y con una ternura escalofriante, y la inestimable colaboración de Albert Castillón, les iban preguntando: «¿Hubo mal rollo entre vosotros antes de la desaparición del niño? / Oye, ¿te dijo él que no ibas a volver a ver a Yéremi? / Hay quien piensa que alguien del entorno del contrario tiene algo que ver en este caso». O sea, más que buscar a Yéremi, parecía que buscaban que este matrimonio roto y desgraciado se enzarzara en una batalla de insultos y reproches allí mismo, aunque estuvieran conectados en dúplex, a distancia. Esta semana ha regresado Abad con otro tema ideal para ir escarbando sobre la marcha: el caso de la entrada en prisión del hijo de José Ortega Cano«¡Tenemos en exclusiva a la víctima de la agresión de José Fernando!», nos advertían al comenzar, entusiasmados. Pero como hacía pocas horas se había producido el levantamiento del secreto del sumario del caso de Asunta, la niña asesinada en Santiago, hicieron rápidamente un doblete con ambos casos: pusieron en el plató, a modo de reclamo, una gran foto de Asunta, la niña muerta, y la colocaron pegada a otra gran foto, la de José Fernando, el hijo de Ortega Cano. ¡Ah! Qué puzle fotográfico más delicado: visto a distancia, desde casa, parecía que -aun sin haberse conocido nunca, ni ser casos equiparables- la difunta y el encarcelado estaban juntos en un parque. Y enseguida telefonearon al abuelo de la niña, ese anciano de 80 años, adolorido, angustiado, que no entiende nada -como es muy natural-, pero al que van usando y horadando sistemáticamente con inútiles entrevistas para ir rellenando los programas.

¡Ah! La noche se mueve, decíamos antes. Cuidado. Hay movimientos que provocan insomnios y pesadillas canallas.