La televisión por encima de todo

A principios de los años 90 nos contrataron (Tricicle) para hacer temporada en un teatro de Roma. Por desgracia, el éxito de público del que aquí disfrutábamos no se correspondió con el que tuvimos en la capital italiana. Recuerdo que uno de los motivos más lamentados por la gerencia de aquel teatro era que las televisiones privadas habían arrasado con las voluntades intelectuales del ciudadano común. En aquellos tiempos, no sé si ahora, un éxito teatral no podía aspirar a estar más de tres o cuatro semanas en cartel, porque no había público para más. La berlusconización de la tele privada fomentó el consumo de programas basados en enseñar mucha velina velinaexuberante, mucho parloteo y poca solidez de contenidos.

Entonces en España ya se germinaba algo muy parecido con aquellas mamachicho que Tele 5 destapaba cada vez más. Lo que ha venido después ya lo saben: cientos de programas de bastante dudoso entretenimiento que han atenazado al personal entre los reposabrazos de su orejero y el mando a distancia como cetro que otorga el poder de atontarse a placer.

Sea dicho de paso, en 1983, a pesar de llevar algunos años actuando en pequeños teatros, nosotros también fuimos descubiertos por el gran público a través de un programa de gran audiencia en TVE.

Será por eso que Pablo Iglesias el pasado domingo en televisión, cómo no, dio con la clave de lo que a la política le espera en un futuro que ya está aquí. Según dijo, los auténticos parlamentos de hoy están en los platós y no en las instituciones parlamentarias. Y Pablo lo sabe bien, ha llegado donde está gracias a sus méritos y a un par de canales generalistas. No nos extrañe. Mucha gente vota por lo que ve y oye en televisión. Ese es el verdadero parlamento que habrá que asaltar. Al menos así lo entiende el astuto comunicador de Podemos.