La rueda

Telegrama desde la isla

OLGA MERINO

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Interesantes los avisos que llegan desde la isla excéntrica. Primero, por la endeblez de las encuestas, ninguna de las cuales había previsto el voto oculto que ha dado al conservador David Cameron una espectacular victoria; sería prudente, pues, que aquí las campanas al vuelo y sus badajos alegres se contuvieran. Segundo, por la lección de dignidad democrática: los resultados electorales han concitado tres dimisiones, la caída de tres líderes como fichas de dominóEd Miliband (laborista), Nick Clegg (liberal-demócrata) y Nigel Farage (UKIP, ultranacionalista y antieuropeo). Aquí, en cambio, no dimite ni el conserje.

El apunte más jugoso, sin embargo, está en las incógnitas que plantea un nuevo mapa electoral que ha disfrazado a la vieja Gran Bretaña de Bart Simpson: la cabeza grandota y amarilla, el color de los nacionalistas escoceses, y el cuerpo azulísimo, la tonalidad que distingue a los tories. Dos triunfos sin parangón en cada casa pero que infligen una grave fisura sociopolíticaCameron gobernará sin hipotecas, ¿pero puede permitirse desoír el grito del norte? Digamos que ahora la influencia de Cameron y el Partido Conservador en Escocia, donde han logrado un solo escaño, sería equiparable a la de Junqueras y ERC en Zamora; es un poner. A la larga, Westminster tendrá que ceder más poder a las autonomías.

Escocia, bastión de la izquierda, ha votado en masa por el nacionalismo y, sin embargo, en el referéndum de autodeterminación ganó el no por el 55% de los votos. ¿Cómo se explica? Tal vez porque el Labour les ha fallado y sienten que el SNP de la astuta Sturgeon representa mejor sus intereses. Miliband, con menos carisma que un palo de escoba, ha olvidado que el laborismo en Gran Bretaña tiene una profunda raíz obrera y, a cambio, la ambigüedad de su discurso no ha acabado de convencer a las clases medias inglesas, partidarias, como todas, del virgencita, que me quede como esté. Oído cocina, pues.