Análisis
El teléfono
Entre el agravio de unos y el hastío de otros, hemos llegado a una situación límite que amenaza con aplastar a muchos ciudadanos que están en medio
Cuando éramos pequeños nos encantaba jugar al teléfono. Pasábamos una frase de uno a otro, susurrada al oído. El resultado final, después de pasar por varios interlocutores, no tenía nada que ver con la frase inicial… Y nos partíamos de risa.
Han pasado los años, pero seguimos como niños, aunque el resultado final nos parte pero no de risa. El teléfono suena poco, los interlocutores entienden lo que les interesa y transmiten lo que les da la gana, y no al oído sino con todos los altavoces puestos. Fíjense: el Parlament convoca el referéndum independentista y el ministro de Justicia del Gobierno español, Rafael Catalá, lo califica de «evento social» con «castellers» y «butifarrada», a la vez que no escatima esfuerzos para recurrirlo por tierra, mar y aire. Rajoy afirma que en Europa no dan crédito ante el desafío independentista y Junqueras asegura que nos esperan con los brazos abiertos.
Rajoy dice que «ese referéndum no se va a celebrar», y Junqueras, que «se votará como siempre». Puigdemont, que si el Gobierno ofrece un referéndum pactado «aunque sea en el último minuto» se desconvocará el 1-O, y Junqueras, que «el fin no es votar, el fin es la independencia». En la calle se corea «Volem votar» y Méndez Vigo recomienda que se convoquen elecciones si se quieren urnas. Rajoy, que «nadie va a liquidar la democracia española», y Junqueras, que «la República en Catalunya es una oportunidad extraordinaria para construir una España mejor». Lo ven: por aquí me han dicho y por aquí he entendido, como en el juego infantil.
Colau proclama que hará «todo lo posible para que la gente vote» pero que su obligación es no poner en riesgo el Ayuntamiento, que es «la institución de todos». Bueno, ese no sería un buen ejemplo de juego del teléfono, sino de hacerse trampas al solitario.
Leer a Ortega y Gasset
Yo aquí veo varios problemas. Hay un problema catalán, y es que hay catalanes que no se sienten 'unidad de destino en lo universal' –esa unidad de medida orteguiana del nacionalismo, en su caso español, pero válida para cualquier nacionalismo– y que se desentienden del procés, cuando no se oponen. Deberíamos leer más a Ortega y Gasset, y en especial 'La rebelión de las masas', donde además de definir la masa social advierte de los peligros de no pertenecer al grupo dominante. Y veo un problema español. El desafío independentista pone a pruebas las costuras del Estado y los múltiples pespuntes con los que se ha recosido la España salida del 78. También pone en evidencia la falta de acción política del Gobierno de Rajoy, que tras cuatro años gobernando en mayoría, con especial afición por el decreto ley, ahora tiene que mendigar apoyos, ni que sea el del nacionalismo vasco, al que le ha faltado tiempo para advertir a Rajoy de que ojito cómo gestiona el 1-O, que está en juego su apoyo.
Entre el agravio de unos y el hastío de otros, hemos llegado a una situación límite que amenaza con aplastar a muchos ciudadanos que están en medio, pero hasta el día 2 de octubre no se hará el recuento de daños.
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