La situación catalana

El teatro de la política de la impotencia

La impostura de CiU y ERC sobre el devenir del proceso soberanista desconcierta a la ciudadanía

CARLES RAMIÓ

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Catalunya, desde el 9-N, se ha sumergido en el más absoluto esperpento político. Creo que hasta el más acérrimo partidario del llamado procés está desconcertado. Estamos ante una obra de teatro con dos protagonistas, CiU y ERC, y dos secundarios: ANC y Òmnium. El resto de actores se limitan al coral papel de malditos de una obra de Juan Tenorio. El diccionario dice, en su primera acepción, que impotente es el que no tiene potencia. Pues bien, ni Mas/CiU tiene potencia ni Junqueras/ERC parece gozar de ella.

Mas es impotente porque no posee ya partido político que lo sustente, porque la corrupción la tiene excesivamente cerca y porque sus políticas brutalmente neoliberales, siempre con la excusa de la crisis, van acompañadas de un gran desgaste social. Junqueras es impotente porque se siente engañado por el presidenty no puede darle la espalda del todo por temor a ser penalizado por los soberanistas de la sociedad civil marcialmente canalizados por la ANC y por Òmnium. Pero la impotencia se contagia y estas organizaciones civiles también se sienten cada vez menos potentes ya que están empezando a experimentar una fractura interna derivada de la polarización de las dos grandes formaciones políticas soberanistas.

Y esta impotencia generalizada explica los fenómenos políticos extraños que se están viviendo los últimos meses en Catalunya. Situaciones inconsistentes que un manual de ciencia política no soportaría. Mas se atreve a decir a Junqueras lo que debe hacer con su partido, define quién puede o no puede presentar una candidatura transversal... Vaya, que decide las reglas del juego de unas supuestas elecciones y si no se arrodilla el contrario pues no hay elecciones. Se trata de un fantástico ejemplo de no respetar la autonomía de los partidos y de no respetar la democracia. Junqueras se transforma de príncipe valiente a temeroso del qué dirán ANC y Òmnium y comete la impostura de dar a entender que las elecciones solo las puede convocar el president.

Es esto cierto, pero es también mentira, ya que, de no apoyar ERC los presupuestos, al Molt Honorable no le tocaba más remedio que convocarlas, digan lo que digan, salvo la traición de pactar con el PSC. Y Junqueras absorbe de nuevo unos presupuestos de derechas tímidamente tuneados socialmente. Y todo parece indicar que los dislates son infinitos, ya que ERC, después de bloquear muy a contracorriente la comparecencia de Mas en la comisión del caso Pujol del Parlament, decide ahora apoyar esta presencia ante las nuevas informaciones del procedimiento judicial de las ITV y el portavoz del Govern, locuaz como siempre, pone en cuestión el 27-S, que es el único acuerdo de un pacto CiU-ERC que tampoco parece un pacto.

Tanta impostura desconcierta a la ciudadanía. ¿Pero de dónde viene toda esta impotencia? La hipótesis es que hay tres factores explicativos, siendo el último el más sustantivo. Uno, Mas no tiene partido y se permite el lujo de hacer propuestas arriesgadas porque hace de la necesidad virtud: menos protagonismo de los partidos y más de la sociedad civil es muy meritorio cuando se posee un partido sólido, pero es oportunista cuando se carece de él. Dos, Junqueras es sencillamente novato. Ha demostrado ser un político excepcional pero con el viento a favor; ahora que el viento es errático se tiene que situar y le cuesta. Tres, y el más importante: CiU y ERC bailan sobre una tarima que sienten poco sólida, y es el grado de apoyo de la sociedad catalana al proceso independentista. El 9-N fue un éxito y un día de emociones intensas para muchos ciudadanos, pero también la mejor de las encuestas para conocer el grado de apoyo social a la independencia. Estos resultados, si se extrapolan a un hipotético referéndum, ejercicio que tiene su complejidad, arrojan un apoyo de un 40% o 42% a las tesis independentistas. Es muchísimo si lo comparamos con el 15% de hace unos años, pero es insuficiente para un pulso serio al Estado español y a la comunidad internacional, que ha demostrado claramente que no está por la labor. Y no está nada claro que este porcentaje pueda subir más, salvo que un renacido Aznar eche una mano, ya que Podemos se va a hacer con la cuota de crispados entre los nuevos independentistas y el cansancio empieza a hacer mella.

CiU y ERC saben todo esto, pero lo ocultan en las tramoyas del teatro. Otros, como la CUP, lo han reconocido. Y la ANC, y especialmente Òmnium, conscientes de la situación, están ya diseñando estrategias para ensanchar las bases del independentismo. Quizá ahora tocaría de una vez gobernar, sea quien sea, y con la legitimidad de un buen Govern ampliar las bases soberanistas. Hay que cambiar ya de registro y de imposturas para que la impotencia no se convierta en incompetencia.