Carrera nocturna

Taxi o el microcosmos particular

Poco antes de bajar constato que el estado del taxi va a juego con las características de su conductor: sucio, desgastado y con un olor particular

Colas de turistas llegados en un crucero esperan un taxi en el muelle Adossat.

Colas de turistas llegados en un crucero esperan un taxi en el muelle Adossat. / periodico

CARLES SANS

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Es  de noche. Ando cansado con un par de maletas a cuestas y un viaje largo a mis espaldas. La procesión de taxis que esperan a la salida de la estación transcurre, como casi siempre, de forma precipitada; cada taxista parece disputarse al cliente como si fuera el último. Somos muchos esperando, y nadie sabe cuándo llega su turno. Los coches van llegando en batería de a cuatro y, una vez cargados, arrancan a toda prisa.

Los taxistas bajan del coche y hacen señas; cualquier confusión por nuestra parte puede provocar un caos de proporciones insospechadas porque cada coche es muy celoso de su turno. Es un momento en que los pasajeros somos dirigidos de un coche a otro como peleles sin resistencia. Me acerco al taxi que me corresponde y, después de abrir el maletero, el taxista lanza las maletas en su interior. Suelo llevar cosas delicadas y cada vez que veo maltratar mis maletas despotrico por dentro.

BOSTEZA Y BOSTEZA SONORAMENTE

Subo. El taxista, algo obeso, se introduce con evidente dificultad en su vehículo. Ya en marcha, y sin haber hecho todavía ni 500 metros, el hombre bosteza y bosteza sonoramente, una y otra vez. Lo hace con la boca muy abierta y  adorna la mueca con una exhalación acabada en «uau». El séptimo bostezo o «uau» lo complementa esta vez, ¡oh, sorpresa!, con una sonora ventosidad.

De inmediato, me mira por el espejo retrovisor, seguramente para comprobar si me he percatado del estruendo. Solo a un sordo desahuciado se le escaparía que aquel tipo se había tirado un cuesco con todas las de la ley. Inmediatamente bajo el cristal de mi ventana y me pongo a respirar sincopadamente a fin de evitar olores indeseados. Nos mantenemos en silencio el resto del viaje hasta llegar al destino.

Poco antes de bajar constato que el estado del taxi va a juego con las características de su conductor. Sucio, desgastado y con un olor tan particular, que uno lamenta, como dice mi amigo Andreu Buenafuente en uno de sus divertidos monólogos, haberse inmiscuido en aquel microcosmos tan personal.

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