EDITORIAL

El taxi entra en un debate inaplazable

El sector es desde ayer más fuerte para negociar con la administración y con los nuevos operadores

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La huelga de los taxistas del área metropolitana de BarcelonahuelgataxistasBarcelona discurrió ayer por unos cauces razonables. Los piquetes no tuvieron que protagonizar escenas complicadas como en otras ocasiones porque el apoyo a la protesta era ampliamente mayoritario en el sector y dejó a la ciudad sin uno de sus medios de transporte esenciales. Tampoco los taxistas quisieron parar la ciudad con una marcha lenta por las rondas como en otras ocasiones. Solo los momentos de tensión en la puerta del consistorio, tras la negativa de la alcaldesa a recibirles, estuvo a punto de desbordar a los convocantes.

De manera que, en estas circunstancias, la protesta ha servido para lo que se proponía: dar a conocer los problemas de un sector al que, como otros pero de manera más intensa, le están cambiando aceleradamente las reglas del juego, cosa que afecta a sus ingresos, a sus condiciones de su trabajo, a sus previsiones de jubilación y a su rentabilidad.

El servicio de taxi ha sido históricamente fuertemente regulado porque era la manera de garantizar un servicio público esencial. Se han restringido el número de licencias, se han impuesto condiciones exigentes en materia de seguridad y se han regulado los precios. A cambio, la regulación estatal ha impuesto límites a las alternativas al taxi como el alquiler de vehículos con conductor (VTC). Este marco regulador, que en casos aislados ha amparado puntuales abusos de algún miembro del colectivo, entró en crisis con la oleada liberalizadora de la ley ómnibus del 2009, trasposición de una directiva europea. El resultado fue la eliminación de los límites a las licencias VTC que las comunidades  no aplicaron y que una ley posterior abolió. Pero, entretanto, 3.000 solicitudes de licencias VTC quedaron pendientes y ahora la justicia obliga a concederlas. Este debate se superpone al de la aparición de nuevos operadores a través de aplicaciones móviles, como Uber o Cabify, que tras intentar entrar por la vía de la economía informal, ahora lo podrían hacer por la de las licencias VTC. Si el primer desafío es coyuntural, este segundo es estructural. Ha venido para quedarse porque conecta con una cierto tipo de demanda. Escaldados por el desastre de las licencia VTC, los taxistas no se fían de la administración ni de los nuevos operadores pero deberían dar una oportunidad al diálogo tras una protesta mayoritaria y modélica que les ha hecho más fuertes.