De Tata a Luis Enrique: un año; dos mundos

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ERNEST FOLCH

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Un año. El tiempo justo que ha pasado entre aquel controvertido 0 a 4 en Vallecas en que el Barça entregó la pelota y el inapelable 0 a 5 de ayer. Aparentemente son dos victorias igual de contundentes, pero en realidad son dos mundos separados por una distancia tan sideral como la que va de Martino a Luis Enrique. Al igual que hace una temporada, pero por motivos opuestos, lo de menos fue el resultado. En Vallecas fue el qué, ayer en Valencia volvió a ser el cómo. Visto desde la perspectiva de la tranquila exhibición de ayer contra el Levante, los dislates de antaño acentúan por contraste las espléndidas sensaciones que trasmite hoy el conjunto de Luis Enrique.

Se han acabado por suerte las aventuras estrambóticas, aquellos melonazos que alguien le sugirió a Mascherano que debía perpetrar en aquella tarde manipulada en el campo del Rayo, por mucho 0 a 4 que reflejara el marcador y por mucha victoria que enarbolasen unos cuantos oficialistas disfrazados de resultadistas. Viejos tiempos aquellos en los que el entorno presidencial quiso señalar los críticos en lugar de señalar lo que era sustancial: el intento de cambiar la ideología del juego azulgrana que por aquel entonces soñaba un Rosell que le susurraba al oído guerras civiles entre holandeses y catalanes a un Tata Martino que todavía se pregunta qué le pasó realmente en su triste año en Barcelona.

Ahora se puede decir que aquella engañosa victoria y la manera cómo fue procesada fue tan sólo un primer síntoma del desastre que vendría, un indicador que también en lo deportivo el club estaba dispuesto a suicidarse. La suerte es que aquella polémica suena ahora vacía y lejana por el sencillo motivo que Barça ha recuperado su propio yo, y vuelve definitivamente a la senda de la identidad que algunos creyeron perdida demasiado pronto.

Lo primero que ha hecho Luis Enrique al llegar ha sido reequilibrar las prioridades: la pelota vuelve a ser indiscutible, la posesión es de nuevo la base sobre la cual se edifica la compleja arquitectura del juego azulgrana. Que se lo pregunten si no al Levante, que vio como el Barça lo sometió con un rondo tan mareante como efectivo: se confirma que para ganar y dar espectáculo no hace falta saltarse ninguna línea de pase sino sencillamente creer en lo que uno es y ha sido. Y es que el patrón de las victorias azulgranas de esta temporada es de momento muy similar: toque infinito, paciencia extrema y primer gol que cae por pura y maravillosa maduración. A partir de ahí, se desata la tempestad.

Un año después de Vallecas, el Barça vuelve a ser un equipo que, con todos los defectos por pulir que ustedes quieran, sabe al menos a donde va y, sobre todo, de donde viene. A pesar de ello, se oyen a veces remotos cantos de sirena que piden juego directo, el mismo eufemismo que se usaba para justificar aquella triste victoria de hace justo un año. Que la efeméride sirva al menos para no volver a equivocar el rumbo nunca más.