Una figura clave de la historia contemporánea

Tarradellas y la legitimidad

Su regreso a Catalunya desde el exilio encarnando la legalidad republicana mantiene hoy una gran significación

ilustracion de leonard beard

ilustracion de leonard beard / periodico

ORIOL JUNQUERAS

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El apellido  de Josep Tarradellas está asociado, desde siempre y a lo largo de su trayectoria vital, a Esquerra Republicana de Catalunya (ERC). Pero al mismo tiempo trasciende a ERC hasta convertirse en una figura controvertida. Muy a menudo se ha querido recordar solo al Tarradellas de la Transición y sus enfrentamientos o discrepancias con otros dirigentes históricos de ERC, como el fallecido Heribert Barrera, o su escasa sintonía con el 'expresident' Jordi Pujol. Todo salpicado, al mismo tiempo, con ciertos reproches, como que aceptara el marquesado del rey Juan Carlos I, en 1985, que hay que recordar que solo tenía un valor simbólico. O poniendo énfasis en el pacto con la extinta UCD de Adolfo Suárez, atribuyendo este acuerdo al afán de poder y la vanidad intrínseca del personaje. 

No podemos olvidar, en cualquier caso, que ante los intentos torpes de apropiarse de la figura de Josep Tarradellas por parte de sectores involucionistas o reaccionarios, fue Tarradellas quien dirigió las industrias bélicas durante la guerra civil y el que intervino el Banco de España y las delegaciones de Hacienda en Catalunya. La Generalitat quiso asumir el control del dinero, de las armas (en un escenario de guerra civil) y del orden público con permiso del sindicalismo. Aquel era en la práctica un escenario de signo confederal dentro de la República, un equilibrio de poderes que iba a cambiar con los desgraciados Fets de Maig de 1937.

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Tarradellas es un hombre de ERC, sin duda. Pero al mismo tiempo no es menos cierto que cuando vuelve del exilio lo hace con un inequívoco papel institucional. No vuelve un alto dirigente de ERC sino que vuelve el presidente de la Generalitat de Catalunya en el exilio. Lo hace como protagonista absoluto de una operación que también es –la verdad suele ser poliédrica– el único e incuestionable acto de reconocimiento de una legitimidad heredada de la República. Y este es un planteamiento, hoy, de una gran significación. Precisamente cuando se trata de negar la capacidad de decidir de los catalanes como sujeto de derechos. O cuando se nos dice y repite que toda nuestra legitimidad proviene de la Constitución española, la misma que hoy santifican aquellos que la combatieron con uñas y dientes.

LOS HEREDEROS

Es bastante chocante y significativo que aquellos que eran alérgicos a la Constitución –y a la democracia en general– tengan ahora unos herederos que sacralizan esta Constitución. Son los mismos que la han acabado haciendo a su medida, interpretándola a su gusto y conveniencia sin manías, con la actitud sumisa y displicente de una izquierda española que ha perdido completamente la batalla ideológica frente la derecha.

Es preciso recordar que antes del retorno y restablecimiento de la Generalitat, el Estado proyectó recuperar un ente a imagen y semejanza de la Mancomunitat, una operación con claras y poderosas complicidades en Catalunya por parte del nacionalismo político. Aquella posibilidad se convirtió en inviable por la figura terca y enérgica de Tarradellas, en primera instancia, y, al mismo tiempo, por un clamor que había sido asumido por el conjunto de las fuerzas democráticas en Catalunya: la recuperación del Estatut. «Llibertat, amnistia, Estatut d’autonomia» era el grito masivo, y no otro, en las calles del país, como lo es ahora la voluntad de decidir en un referéndum de autodeterminación.

EL LEGADO PERSONAL

Para entender a Tarradellas en toda su dimensión es necesario profundizar en todo su legado personal que se conserva en el monasterio de Poblet. Precisamente en Poblet, además, es donde están enterrados los reyes catalanes. La política es estrategia, hechos, circunstancias y símbolos.

Más de dos millones de páginas de documentos lo convierten en un fondo muy importante para entender nuestra historia más contemporánea desde los años 30 del siglo pasado. Y a la vez para saber que, como país, solamente cuando hemos dado pasos que superaban legalidades ancladas en el pasado –con temple democrático, cimentados en la voluntad popular y en las mayorías democráticas– hemos propiciado verdaderos cambios y un futuro de mayor esperanza para el conjunto de nuestros ciudadanos, de todos ellos.