La Transición y Catalunya

Tarradellas y la Constitución

No se ajusta a la historia decir que la legitimidad del autogobierno catalán no emana de la Carta Magna

Tarradellas y Suárez, en una imagen de 1979

Tarradellas y Suárez, en una imagen de 1979 / periodico

JOAQUIM COLL

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La biografía política del que fue durante 23 años president de la Generalitat en el exilio, tras haber sido el hombre fuerte del Govern de Lluís Companys durante la guerra civil para luego sobrevivir al franquismo y acabar regresando gracias a un pacto de Estado con Adolfo Suárez, permite un amplio abanico de interpretaciones. La celebración del 40 aniversario de su retorno como president y del restablecimiento provisional de la Generalitat nos invita a compartir puntos de vista, que pueden ser discrepantes pero que tienen que respetar la verdad histórica. Oriol Junqueras, en su doble calidad de vicepresident del Govern y presidente de ERC, se aproximaba desde estas mismas páginas a la figura de este hombre clave (Tarradellas y la legitimidad, 23 de marzo) enfatizando dos cuestiones que, creo, no se corresponden con los hechos. Primero, da a entender que el president optó por sacrificar su vinculación «indudable» con ERC en aras de la dimensión institucional, suprapartidista, de su regreso. Y segundo, establece una relación entre la legitimidad preconstitucional de la Generalitat y la reivindicación soberanista actual a favor del derecho a decidir.

UNAS SIGLAS DE UN TIEMPO PASADO

Acierta Junqueras al afirmar que Tarradellas no regresa a Catalunya en calidad de dirigente de ERC en 1977. Como le recordaba con sorna en otro artículo el exconseller Ramon Espasa, «los que le tratamos sabemos hasta qué punto ignoraba a su antigua ERC» (Tarradellas y la unidad, 13 de abril). Lo cierto es que hacía más de tres décadas que había dejado la secretaría general de su partido, una organización cuya existencia en los años 70 era testimonial. Para las nuevas generaciones eran unas siglas que se asociaban a un tiempo pasado, como Unió Democràtica, mientras el pálpito de las clases populares y catalanistas lo encarnaban otras fuerzas, realmente activas en la oposición al franquismo, sobre todo el PSUC y los diversos grupos socialistas. No es nada casual que figuras provenientes de la etapa republicana, como Joan Cornudella, Josep Andreu Abelló o Joan Casanelles, y que querían volver a hacer política activa en democracia acabasen antes o después en el PSC. Junqueras, subrayando el carácter institucional del retorno de Tarradellas, camufla la irrelevancia de ERC en la Transición. Porque la realidad es que el president volvió como un político sin partido.

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Su regreso tampoco fue algo completamente improvisado (esa posibilidad ya la contemplaba el servicio secreto militar español un año antes), pero solo fue posible por una suma de factores: la incansable tenacidad del personaje, la victoria socialista en Catalunya el 15-J de 1977 y la astucia de Suárez para adaptarse a la nueva situación. En efecto, la única fuerza que hizo del retorno del president y la reinstauración de la Generalitat una condición innegociable para la estabilidad democrática fue la candidatura del PSC-PSOE, liderado por Joan Reventós. A las puertas de las primeras elecciones democráticas, el PSUC ponía el acento en la campaña Volem l’Estatut, pero no en el regreso de Tarradellas, mientras que en CDC tampoco había mucho interés en ello. Las malas relaciones entre Jordi Pujol y Tarradellas venían de lejos, y siguieron años después, al igual que con Josep Benet, intelectual del nacionalismo católico en la órbita comunista que, en su faceta de historiador, se dedicó a difamarlo antes y después. La única cosa que Suárez no pudo planificar de la Transición fue el regreso de Tarradellas y la restauración de la Generalitat, porque con quien quería entenderse para establecer una especie de Mancomunitat era con Pujol. Pero el resultado electoral en Catalunya le obligó a variar los planes.

DESARROLLO ESTATUTARIO TRAS LA CONSTITUCIÓN

Tampoco se corresponde con la historia, y menos aún con la realidad jurídica, la tesis de Junqueras según la cual la legitimidad del autogobierno catalán no emana de la Carta Magna, atendiendo a que la Generalitat se restableciera antes de 1978. Afirmar eso es tan absurdo como sería decir lo mismo de la Monarquía. El decreto-ley de 5 de octubre de 1977 que restauró la Generalitat dice que «no prejuzga ni condiciona el futuro de la Constitución en materia de autonomías» y que el restablecimiento de esa institución secular era una fórmula «provisional, de transición». Tarradellas fue nombrado por el Gobierno español con poderes presidenciales en otro decreto anterior, pero no se restableció el Estatut de 1932 ni se creó un Parlament provisional. El autogobierno solo pudo desarrollarse en plenitud cuando la Constitución, aprobada entusiásticamente en Catalunya por el 90% de los electores sobre un 68% de participación, estableció cómo podía encauzarse. Y eso se alcanzó tras la aprobación en referéndum del Estatut de Sau, en 1979, y la elección del primer Parlament al año siguiente. La legitimidad democrática del autogobierno y la Generalitat reside, sin duda, en la Constitución.