¿Y si el euro deja de ser una prisión?

JOAN
Tapia

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Quizá los mercados están marcando el camino. Ayer la caída de las bolsas y las subidas de las primas de riesgo acabaron siendo más suaves que las del lunes anterior, tras la conmoción causada por el anuncio del primer ministro griego de la convocatoria de un referéndum sobre las condiciones puestas por los países acreedores para desembolsar el último tramo del segundo rescate a Grecia.

Las próximas horas son decisivas, porque la banca griega no puede reabrir sin más ayudas del BCE, que ya ha prestado -por la ventanilla de emergencia- 89.000 millones de euros a los bancos con la única garantía de la deuda pública griega. ¿Puede incrementar el BCE ese volumen -ayer decidió mantenerlo-  cuando Grecia ya es un país moroso ante el FMI y lo puede ser el próximo día 20 de julio ante el propio BCE si no devuelve 3.500 millones? Muy complicado. En todo caso, exigiría que el BCE aceptase una decisión política del Consejo Europeo. Y si el BCE no reabre la ventanilla de emergencia, a Grecia no le quedará otro remedio que dar los pasos para emitir una nueva moneda que comportará una fuerte devaluación.

Pero no adelantemos acontecimientos. Hoy se reúne el Consejo Europeo y Tsipras se presenta con dos ramas de olivo. Una, haber forzado la dimisión de Varoufakis, que enturbiaba el clima. Dos, una declaración de todos los partidos griegos (salvo el comunista) diciendo que Grecia no quiere salir del euro sino un programa que contemple -ojo a la palabra- el «compromiso» de cierta reestructuración de la deuda.

Lo que pase dependerá de las propuestas finales de Tsipras, que no es un hombre previsible. Pero costará que los otros jefes de gobierno se muevan. Tsipras ha demostrado tener el apoyo del pueblo griego, pero los otros países de la UE también son democracias. Tsipras no tiene más legitimidad que los otros 18 jefes de gobierno de una unión monetaria en la que están prohibidas las transferencias. Por eso hubo que aprobar -no sin dificultades- los fondos de rescate, que solo pueden prestar. Y la UE está muy lejos de ser un Estado, ya que el presupuesto comunitario es solo el 1% del PIB y tiende a la baja.  Esa es -guste más o menos- la arquitectura del euro diseñada en los tratados.

Quizá el acuerdo todavía sea posible y Grecia al final no deje la moneda única. Pero la salida no tendría que ser forzosamente traumática (los mercados lo dijeron ayer) y hay países de la UE (como Gran Bretaña, Dinamarca y Suecia) que optaron en su momento por no entrar en el euro. El drama griego sería haber entrado y verse obligado a salir porque la rigidez de la moneda única resulta incompatible con los deseos de menor austeridad y menor flexibilización de la economía. Quizá la devaluación y la vuelta al dracma -la solución que preconiza Krugman- pueda devolver a Grecia el crecimiento dentro de unos años. Aunque mi impresión es que los riesgos y sacrificios serían todavía mayores a los de permanecer en el euro.

Para la zona euro la salida de Grecia comportaría costes, pero no debería ser el fin del mundo. Y para Grecia quizá tampoco. Esperemos que -como reclamó ayer Pedro Sánchez- Grecia sea responsable y Europa, más solidaria (ya lo ha sido bastante). Pero, en caso contrario, hay que afrontar la cruda realidad. Al final, Grecia habrá optado por aquello que sus políticos y ciudadanos han decidido.

El euro es una moneda única y exige una disciplina. Pero sin un potente Estado detrás (como los Estados Unidos) es un edificio en construcción. Y en estas condiciones no puede convertirse en una prisión. Grecia debe poder salir y los otros Estados no pueden estar obligados a subvencionar por encima de su voluntad. Aunque es cierto que eso abre interrogantes de futuro. Para Grecia y para Europa.