ANÁLISIS

El tango de Puigdemont

La idea del candidato de JxC de reeditar su presidencia para evitar el proceso judicial proyecta una visión del Estado de derecho turbadora

Carles Puigdemont interviene desde Bruselas en el mitin de Junts per Catalunya de este sábado.

Carles Puigdemont interviene desde Bruselas en el mitin de Junts per Catalunya de este sábado. / periodico

JORDI MERCADER

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Carles Puigdemont puede volver para hacer frente a la justicia o volver con la frente marchita cuando nos hayamos olvidado de él. Este es el tango, aunque él lo tararea a su manera. Dice estar dispuesto a ir a la prisión para ser presidente, sin embargo de su discurso se desprende la pretensión de ser presidente para eludir la cárcel. La justicia belga cerró el caso hace 48 horasjusticia belga y sigue en Bruselas, enganchado al plasma y al Twitter, haciendo campaña con más libertad que Oriol Junqueras y el resto de amigos en prisión preventiva.

La idea central de su campaña, reeditar la presidencia para evitar el proceso judicial, proyecta una visión del Estado de derecho muy turbadora, insinuada ya en la ley de Transitoriedad Jurídica de la república efímera. Las dudas sobre la independencia judicial en España son recurrentes, aun así, llegar al extremo de pensar que una victoria en unas autonómicas hará recular al Tribunal Supremo se intuye una ficción excesiva, hasta para los acomodados en la mentira. El dilema de volver por la puerta grande de la derrota del Estado o no volver para preservar la dignidad de la institución amaga la astucia para quedarse en Bruselas

El candidato de JxC puede regresar cuando quiera. Podría aparecer en el último mitin de campaña; esta audacia proporcionaría un subidón a sus seguidores, algún voto de más, pero acabaría ingresando en prisión. Tal vez se presente a votar el día 21 en Sant Julià de Ramis; este ejercicio democrático sobre el que tanto nos ha sermoneado daría la medida exacta de su convicción, aunque también acabaría viajando a Madrid en un furgón policial. La constitución de la Cámara le ofrecerá la oportunidad solemne para ocupar su escaño; sin embargo el riesgo es muy alto para un rédito patriótico muy menor. La jornada ideal para la escenificación histórica definitiva se la regalaría la sesión de investidura. Imaginemos la secuencia: Puigdemont consigue llegar hasta el Parlament, es investido presidente y, a continuación, es detenido por la policía española. 

Chantaje emocional

La maniobra sería épica, con aspiraciones a escándalo internacional; el inconveniente es que depende del resultado electoral y de la buena voluntad de ERC. De no plegarse los republicanos al chantaje emocional del presidente legítimo o de no ganar JxC los comicios, Puigdemont se enfrentará a la tentación del líder despechado: prolongar su estancia en el extranjero para apurar todo lo que pueda el mantra del falso exiliado depositario de la continuidad institucional interrumpida por el 155. Mientras se marchita políticamente, socavará la legitimidad y la autoridad del nuevo presidente de la Generalitat como efecto colateral de su actitud.

Puigdemont está en su derecho de querer evitar la cárcel. Nadie va a exigirle que se convierta en un héroe, tan solo se le podrá reclamar compromiso y respeto a la causa que comparte con miles de ciudadanos y con decenas de dirigentes en riesgo cierto de pagar altas penas por la aventura irresponsable que el lideró.