El radar

De tan buenos, tontos

JOAN CAÑETE BAYLE

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«Estoy harta de que la gente se cuele conmigo en el metro y nadie haga nada», se desahogó Berta Rodríguez, estudiante, en una carta que prendió de inmediato en las redes sociales. Sí, Berta está harta de pagar su billete y de que otros se aprovechen de ello («me siento como una idiota cuando compro mi T-Jove cada tres meses»). Y está harta de la impunidad: «El vigilante de estación que en teoría tendría que evitar estas situaciones o bien está hablando con alguna persona o bien se encuentra en el interior de la cabina haciendo quién sabe qué», denuncia.

Berta no está sola ni en la denuncia ni en el hartazgo. Según desveló la oposición municipal en septiembre del año pasado, informes internos del Ayuntamiento de Barcelona estiman que el fraude ascendió en el 2014 en el metro al 4% de los viajeros (313.000 a la semana) y en el bus, al 2,9% (19.000 viajeros). La cifra supone pérdidas para TMB de 13 millones de euros. Eso sí, el hartazgo y el cabreo de los usuarios que sí pagan no tiene precio. «Una vez intenté evitar que se colara conmigo uno», escribe Juan Matarredona, comercial, que añade: «Cuando bajé al andén había un guardia de seguridad hablando con unas personas y le señalé al individuo que se había colado. Me respondió: 'Ahora no puedo hacer nada'. El que se coló me gritó dentro del metro llamándome la atención».

Recibimos muchas más denuncias.  Por ejemplo, la de Ana Jiménez, estudiante: «Cada semana hago aproximadamente 20 viajes en metro . Pues bien, en la mitad de los casos alguien se cuela cuando paso por la puerta (…) ¿Qué podemos hacer ante una ilegalidad que se ha convertido en sistema? ¿Debemos ser los propios ciudadanos quienes busquemos una solución? ¿Cómo? ¿No debería ser el ayuntamiento quien arreglara esta situación? Bastante caro es el transporte público como para que, encima, vea como cada día la gente se salte la norma y quede impune».

Yaiza Torres, dependienta: «Estoy harta de escuchar eso de que 'esta estación está vigilada por cámaras de videovigilancia'. Igual que estoy harta de ver vigilantes sentados frente a su ordenador como si nada. Mientras ellos están tan alucinados mirando la pantalla, dos personas han saltado los tornos y otras cuatro están armando jaleo en el andén sin que nadie les diga nada».

Un rasgo en común de las denuncias de estos ciudadanos hartos es su queja de que nadie (en referencia a la autoridad) los escucha, que están solos y que a fuerza de ser buenos, lo que en realidad son es tontos. Esta sensación va más allá del metro. La encontramos, por ejemplo,  en el debate de los manteros («yo pago mis impuestos municipales y estatales, doy trabajo a dos personas y costeo su  seguridad social, pago el alquiler del local, agua, luz y todo cuanto ustedes quieren cobrarme, y a cambio ¿qué recibo?», escribió José Luis Posa, comerciante) o en el de los papeles de Panamá («tratan a la gente de tonta, necia, pazguata», Jordi Martín, diseñador gráfico). Es la misma sensación que tienen los padres de niños con buenas notas cuando denuncian que los recursos, el tiempo y los esfuerzos se dedican a no dejar atrás a alumnos conflictivos y no a impulsar a los que cumplen y prometen, o la que embarga a aquellos que han pagado la reforma del baño con IVA cuando escuchan a una abogada del Estado decir que «el lema Hacienda somos todos es solo

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Hay muchas realidades, urgencias, situaciones y problemáticas sociales que sin duda son de difícil solución y que merecen atención y recursos. Pero es injusto y peligroso por parte de las administraciones permitir que la mayoría de la gente que paga el billete del metro, por decir algo, sienta que hacerlo es de tontos. Porque a nadie le gusta que lo traten como un tonto, así que tarde o temprano o dejarán de pagar o buscarán quien les escuche.

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