El tamaño sí importa

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Risto Mejide

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No voy a repetir el mensaje filosófico del autobús transófobo, porque es precisamente eso lo que están buscando. Tampoco voy a perder mi tiempo y el tuyo hablando de su organización y de a quién representa, porque ya han obtenido bastante publicidad gratuita hasta el día de hoy. A parte de que me da pereza máxima la gente con la mente obtusa, creo que les hacemos un gran favor cuando les damos precisamente lo que quieren. A los yonquis de la atención hay que darles de todo menos micrófonos y cámaras para que ocupen espacios informativos que deberían ocuparse de cosas más importantes.

Lo que sí voy a hacer es detenerme en un detalle que no he visto escrito por ningún sitio, y que me parece fundamental a la hora de evaluar incidentes como el del autobús. Y es el tema del tamaño.

El tamaño sí importa. Para empezar, en márketing. Si el mismo mensaje lo hubieran impreso en pasquines entregados en mano o en un simple tuit, no habrían obtenido ni la mitad de la mitad de la repercusión. El hecho de que plasmasen su estupidez sobre un enorme autobús y lo pasearan por las calles de la capital ha sido clave en el éxito de su campaña de comunicación. En un momento máximo de 'hype' de las redes sociales, lo que más y mejor ha funcionado ha sido algo tan 'off-line' como un vehículo grande, ande o no ande. Buen ejemplo para los que siguen anunciando la muerte del espot publicitario. Que se fijen en el autobús de marras. Incluso ahora, detenido por orden judicial, sigue dando de qué hablar. Lo volverán a fletar, y si lo aprovechan bien, podrán estirar su campaña algún mes más.

El tamaño sí importa. El tamaño en este caso, de la idiotez plasmada. Hablamos del contenido, sí, pero también del continente. Y es que el mensaje está dirigido a los niños. Ese que no te engañen. Porque ahí estamos acusados todos, los padres, los profesores, la sociedad. Hacer propaganda ideológica para menores y sobre temas tan serios como la identidad de género es de las cosas más repugnantes que se le pueden pasar a uno por la cabeza. Los ultracatólicos deberían estar más preocupados por lo que tienen ciertos curas entre las piernas y por cómo lo usan y sobre todo contra quién. Entonces quizás se ganarían algo del respeto perdido a golpe de autobús. Pero no, en vez de eso, nos intoxican a todos con su visión deformada del mundo. Y no a nosotros, sino a nuestros hijos.

El tamaño sí importa. Porque encima tienen los santos cojones de hablarnos de inquisición del colectivo gay. Manda huevos. La misma gente que nos hizo comulgar con ruedas de molino durante toda nuestra infancia. Los mismos que traumatizaron a toda mi generación haciéndonos creer que una paja nos provocaría ceguera. Esos que siguen con la misma cara de reprimidos que cuando asistían a misa enfundados en sus cilicios para huir de la tentación. Los que trataron de convencernos que flagelarse era buenísimo para adorar a dios. En fin, paro, porque ya he dicho que no iba a darles bola y mírame.

El tamaño claro que importa. Negaré que lo he escrito, pero tengo pene. Creo. La última vez que lo miré, seguía ahí. Sin embargo, mucho antes de ver la campañita ya me había dado cuenta de que también tengo vulva. No sé dónde la tengo, pero la tengo. Y la gente más interesante que me he encontrado en mi vida ha entendido hace tiempo la diferencia entre sexualidad y genitalidad. He dicho interesante por no decir inteligente. Porque lo que hay detrás del intento de campaña es un mensaje de lerdos para lerdos. Del catecismo al catetismo hay sólo una letra de distancia. Basta con crucificar la C de cruel.

Que no te engañen. El tamaño sí que importa. Y no el tamaño del pene o el de la vulva. El de tus huevos u ovarios. Para decidir tu sexo, tu pareja, tu familia, para ser tú.

Ese tamaño es el que realmente determinará tu éxito en la vida.

Ese tamaño es el que te permitirá ser feliz.