Tras unas elecciones cruciales

Suerte, Tsipras

Tanto para la UE como para Grecia, lo mejor es renegociar la reestructuración de la deuda helénica

JOSEP BORRELL

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Las elecciones del domingo pasado han abierto una nueva fase en las relaciones entre Grecia y la UE. Los griegos piden a Bruselas-Berlín un cambio de política. Y con razón, porque la que se les ha impuesto desde finales del 2009 es un fracaso. Como el propio FMI reconoce, las radicales exigencias de contracción fiscal han provocado una recesión más grave y duradera de lo previsto por los acuerdos con la troika de mayo del 2010. Se suponía que Grecia se estaría recuperando en el 2012 y que el desempleo llegaría a un máximo del 15%. En realidad, el PIB ha caído un 26% ,el desempleo ha aumentado hasta el 27% y la ratio de endeudamiento, lejos de disminuir, se ha casi duplicado, hasta el 175%. Cierto es que el país ha conseguido, con algunos apaños contables, un superávit primario (antes de pagar intereses). Pero debería haberlo mantenerlo por encima del 4% del PIB durante muchos años. Ningún país lo ha hecho, y tampoco Grecia lo habría conseguido.

No es extraño que los griegos hayan apoyado a un partido que no tuvo ninguna responsabilidad en los 40 años de bipartidismo y que proponía acabar con el circulo vicioso austeridad-recesión. Desde Berlín-Bruselas no se hizo gran cosa para evitar la derrota del Gobierno de Samarás, al que en noviembre se le exigían aún más recortes. Como si se se guardasen para negociar con un previsible Gobierno de Syriza la entrega de la última parte de los 240.000 millones de euros del rescate que han evitado la quiebra del país.

Ahora empieza lo difícil para el gobierno de Alexis Tsipras. Cumplir su programa implica aumentar el gasto para mejorar las condiciones de vida, los salarios y las pensiones del 35% de la población en la pobreza, reestructurar la deuda e impulsar el crecimiento. Tendrá que acordar con sus socios europeos cómo hacerlo, porque Grecia sigue excluida de los mercados financieros, puede no recibir los 7.000 millones pendientes del plan de rescate y en marzo tiene que hacer frente a reembolsos de deuda por 4.000 millones.

El tiempo apremia, pero las negociaciones con Bruselas-Berlín serán largas y difíciles. ¿Puede Merkel conceder a un Gobierno de izquierda radical que rechaza sus recetas económicas más de lo que concedió a un Gobierno de su misma familia política? ¿Podrá Tsipras modular sus propuestas electorales para llegar a un acuerdo realista? Deberán hacerlo para diseñar una estrategia cooperativa que evite la ruptura que significaría la salida forzada de Grecia del euro. Una solución que nadie dice desear y que no sería buena para nadie, ni en términos políticos ni en términos económicos.

La situación es muy diferente de la del 2010. El riesgo sistémico de una nueva crisis es mucho menor, porque el sistema bancario europeo ya solo tiene una parte muy pequeña de la deuda griega. Más del 60% ha pasado a manos de otros gobiernos europeos y del BCE. El riesgo del contagio financiero, que convenció a Alemania de la necesidad de un plan de rescate, es mucho menor y los acreedores pueden jugar más fuerte. Pero un defaulttendría sobre los demás países consecuencias económicas mucho mayores de lo que Merkel aparenta creer.

Grecia tiene la ventaja de que ahora ya tiene superávit primario. Pero una salida de Grecia del euro, que inevitablemente debería ir acompañada de un impago de su deuda, la aislaría de los mercados financieros. El sistema bancario es el eslabón mas débil del delicado sistema sobre el que van a estar sentados los negociadores. Una quita de la deuda como la que empezó proponiendo Tsipras hubiera significado la quiebra de los bancos griegos. Una salida de capitales, que ya se está produciendo y se puede acelerar en cualquier momento, les pondría en una situación que solo podrían resolver inyecciones de liquidez del BCE. Pero el BCE no lo haría si Grecia incurriese en un impago de su deuda. Habría que imponer controles a los movimientos de capital, como se hizo con Chipre. Y si son permanentes, en el fondo no serían sino una salida disimulada del euro.

Además, y aunque no hubiera contagio financiero, desde el punto de vista político la salida de Grecia del euro sería una derrota del proceso de integración europeo. Pero la permanencia en el euro no puede hacerse sin abrir un horizonte de esperanza. Para las dos partes, es mejor renegociar una reestructuración que pase por una moratoria del pago de intereses, una disminución de los tipos, que ya son muy bajos, y alargamientos de los plazos. Y un plan de inversiones que relance el crecimiento.

Si las negociaciones fracasan, se estará alimentando a los partidos de derechas o de izquierdas que se oponen a la UE. Las instituciones comunitarias y Alemania, como país hegemónico en la UE, deben ayudar al nuevo Gobierno griego, que también propone muchas de las reformas que el país necesita.