El segundo sexo
Suelta el trapo
No hay nada más parecido a la condena de Sísifo, en su constante repetición, que limpiar la casa
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
OLGA MERINO
Trescientas sesenta y cinco comidas multiplicadas por dos. Haz la lista semanal de la compra jugando con tres variables en incierto equilibrio: el monedero, la salud -el brócoli y todo eso- y la complejidad de elaboración en la cocina. Trocea la cebolla y sofríela. Friega la sartén, sécala, guárdala. Repasa el mármol y los fogones. Apunta en la nevera que se han acabado los tomates de untar. Airea las habitaciones. Haz las camas… Son las 11 de la mañana y he de confesar que, mientras escribo estas líneas, los platos de la cena aún están esperando una oportunidad.
Pon la lavadora. Lo blanco con lo blanco. Separa las prendas de color. Cuidadín con lo rojo, que siempre traiciona. Restriega antes las manchas de tomate, café y todo lo demás. Tiende la colada con un ojo puesto en el cielo -acaso esté por llover- y el otro en el reloj, para que la hora de la fritanga no devore el perfume del suavizante. Recógela. Plancha lo imprescindible. Dobla las camisas y mételas en el armario con cierto mimo. Barre, pasa la fregona, limpia el perverso polen que se pega a los cristales del balcón.
LOS NIÑOS Y EL COLE
Si el lector ha llegado hasta este párrafo, habrá notado que todavía no han aparecido en escena los niños con sus batas del cole manchadas de rotulador, la diarrea del pequeño, los deberes, la reunión del ampa y los pocos ratos de ralet, ralet, pica dineret. Sí, los críos, esa bendición que dispara hacia el infinito las servidumbres del hogar.
Hace la friolera de 26 años, en concreto el 4 de septiembre de 1989, la escritora Montserrat Roig publicaba en estas mismas páginas un artículo titulado La diosa de los mil brazos. Relataba en él que un buen día, medio en broma, le dio por apuntar todas las tareas que hace-deshace-hace en una casa una mujer casada y con dos hijos desde que se levanta hasta que se acuesta: le salieron 123 trabajos distintos. Me encantó, por cierto, el soporte que eligió para anotarlas: un rollo de papel de váter. Porque, en efecto, las faenas domésticas son una boñiga monumental.
¿A quién le gusta quitar el polvo? No hay nada más parecido a la condena de Sísifo en su constante repetición. Un domingo, pongamos por caso, adecentas el salón y a la semana siguiente ya puedes escribir tu nombre en la pelusilla acumulada sobre las baldas de la estantería. Y otra vez a empujar la maldita piedra colina arriba. La batalla contra el polvo y la suciedad tiene las mismas perspectivas que el mariscal Von Paulus en Stalingrado. En el libro cuyo título encabeza esta sección, Simone de Beauvoir escribió que las tareas del hogar no son un fin en sí mismas, sino meros instrumentos para perpetuar el presente. Otros fragmentos del ensayo, sin embargo, han envejecido muy mal, como cuando dice, por ejemplo, que las nórdicas están más obsesionadas con la limpieza por frías y puritanas, mientras que las meridionales somos más propensas a la roña y los goces de la carne.
HACER CARRERA
A todo esto, tampoco se ha mencionado la posibilidad de que se pretenda conciliar el berenjenal doméstico con hacer carrera, como médico o como abogada, o con alguna aspiración artística, léase escribir, pintar o componer. Jenny Offill escribe con mucha gracia en la novela Dept. of Speculation, aún no traducida, que las mujeres casi nunca se convierten en monstruos del arte por la sencilla razón de que los monstruos del arte «solo se preocupan por el arte, nunca por las cosas mundanas; Nabokov ni siquiera se plegaba su propio paraguas». Era Vera, su esposa, quien le pegaba los sellos.
Hemos progresado años luz respecto a generaciones anteriores, pero en el reparto la mujer aún se lleva la mejor parte. A riesgo de adquirir los aires de la institutriz Rottenmeier, vale más seguir tomándoselo con cierto humor: los varones parecen desplazarse por el espacio doméstico con las anteojeras de las caballerizas, mientras nosotras hemos desarrollado la visión panorámica de las moscas, capaces de detectar de un solo golpe la borra bajo la cama, los calcetines en el suelo del baño y el cerco que dejó el vaso en el sobre de la mesa.
Fue en el 2001 cuando se hizo la primera medición oficial de la producción en los hogares catalanes. Las economistas Cristina Carrasco y Mònica Serano obtuvieron resultados interesantísimos, pero quedémonos con un parámetro único: las mujeres cargan con el 71,7% de las tareas domésticas -trabajo no remunerado-, mientras los hombres apechan con menos de la mitad, únicamente con el 28,3%.
Solo por eso tiene sentido la Huelga de Todas que plantea un colectivo feminista para el próximo martes bajo el lema Deixa el drap i encén la flama, con una manifestación en la plaza de la Catedral a las 18 horas. Una huelga con la que ya especulaba la Roig en el mencionado artículo: «Solo haría falta, durante una semana, que miles de mujeres, millones de mujeres, dejaran de hacer los 123 quehaceres que yo apunté en un papel higiénico. Todo tipo de mujer. Veríamos qué harían los cardenales de Roma sin sus monjitas». Pues eso.
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