Al contrataque

En el suelo

A la clínica social acude una parte de los tres millones de griegos excluidos de la sanidad pública tras los recortes que comenzaron en el 2010

ANA PASTOR

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Coge las gafas con la mano derecha y limpia con una esquina de la camiseta los cristales empañados. Vuelve a colocarlas en su sitio. Avanza un par de pasos mientras se ajusta las patillas y se sienta en la única silla que queda vacía. Debe tener algo más de 30 años. Una edad indefinida para quien la vida ya le ha obsequiado con varios costurones. Tras él entran otras diez personas en apenas unos minutos. Una detrás de otra. Hay gente mayor. Hay un señor que no levanta la mirada del suelo. Hay una mujer joven que sujeta el bolso con fuerza bajo su brazo. Hay bastante gente y, sin embargo, apenas se escuchan voces.

Van entrando con una cadencia suave pero a la vez dramática. Casi no se miran entre ellos. Se escapa alguna sonrisa amable que no evita el destello permanente de tristeza en la mirada. Seguramente no se conocen. O quizá se han visto allí mismo en otra ocasión. Esperan su turno. El timbre de este tercer piso no deja de sonar. En esta primera sala hay a cada lado una mesa de oficina. Y sobre ellas, un gran libro de visitas con cientos de citas, horas y días, escritas en negro. Un subrayado amarillo flúor destaca los nombres y apellidos escritos a continuación. Todo en perfecto orden. Todo perfectamente limpio, ordenado y recogido a pesar del trasiego. Desde la entrada se ven dos puertas y un pasillo pintado de amarillo. Vemos al fondo dos sillones de dentista, uno de ellos ocupado por un paciente. Está de espaldas. El doctor mira y sonríe al ver que se abre la puerta. Y enseguida vuelve a la faena.

El dolor de la humillación

En la habitación contigua hay un monitor para ecografías y a la salida otra puerta entreabierta que permite intuir decenas y decenas de cajas de medicinas en estanterías perfectamente ordenadas y clasificadas. No es la consulta privada de un doctor. A esta kifa (clínica social) acude una parte de los tres millones de griegos que han sido excluidos de la sanidad pública tras los recortes que comenzaron en ese país en el año 2010. Neny es una de las dentista que acude cada día de manera voluntaria a esta clínica de Atenas. Para echar una mano. «Podría ser yo», dice sonriendo. Tiene 56 años. Y nunca pensó que su país acabaría como está ahora. Ni que tendría que atender a muchos de sus vecinos que hace no tanto tenían la vida resuelta. Nos lo explica en un español que ha aprendido ella misma. Y menciona la palabra humillación. Se para en cada sílaba. Y repite: hu-mi-lla-ción.

Los recortes tienen causas. Por supuesto. Y como dicen algunos, los griegos cometieron muchos errores antes de que Europa decidiera freírles a intereses. Pero la verdad es que dentro de esa sala no puedo dejar de mirar al señor que sigue sentado en la silla y que continúa con la mirada clavada en el suelo. Grecia. Año 2015.