El debate secesionista

Stéphane Dion entre nosotros

Rajoy debería crear un ministerio para los asuntos territoriales y poner al frente a un catalán sensato

ANTONIO SITGES-SERRA

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Hace unos días estuvo entre nosotros Stéphane Dion, exministro canadiense para Asuntos Intergubernamentales. Buen ministerio el suyo, pragmático y eficiente, para un país, Canadá, que, como España, sufre disfunciones políticas a causa del secesionismo. De hecho, desde estas líneas invito ya al señor Rajoy y a su sucesor (que sin duda será más receptivo a mi mensaje) a crear tal ministerio y ofrecérselo a un catalán con la cabeza bien puesta. Sería toda una lección de cordura democrática como lo fue en su momento que un quebequés fuera reclamado por el Gobierno central de Ottawa para negociar con los quebequeses el asunto.

Bien, a lo que íbamos. Dion dio charlas en Barcelona, Tarragona y Madrid y fue entrevistado por un sinnúmero de periodistas de todos los colores. Los que tuvimos la ocasión y el privilegio de seguir de cerca sus intervenciones quedamos impresionados por la justeza de su lenguaje, su talante respetuoso, su bagaje político y sus tablas. A mí, particularmente, me interesó su argumentario, sólido, democrático; depurado, me imagino, en mil debates y fundado en una amplia experiencia política como federalista y miembro de un partido de gobierno. Osaría resumirlo en los siguientes seis puntos.

1. La insaciabilidad secesionista.Si bien la transferencia de competencias es inherente a la convivencia democrática en países con diversidad cultural, no es finalmente la mayor o menor descentralización lo que calmará el afán secesionista. Después de una transferencia vendrá una nueva reclamación, y luego otra. A fin de cuentas, lo que desean los secesionistas es borrar al otro. Por eso Dion no se cansa de decir que, en sus raíces, el secesionismo es antidemocrático. Su fin último es la ruptura, y las competencias, su pretexto. De hecho, él quedó sorprendido al enterarse del grado de descentralización de nuestra cuasi federal España. Eso vino a reforzar su argumento.

2. La doble identidad como riqueza.Pertenecer a un pueblo con lengua y cultura propias en el seno de un Estado multicultural es un bien, no un lastre. Poder hablar dos idiomas desde niño, compaginar Papasseit con Machado, o gozar de un buen jamón de Huelva a cambio de que en Soria se beba un buen cava es riqueza para todos y mengua para nadie. En el mundo global al que hoy pertenecemos todos, sumar es siempre mejor que restar; ir juntos es siempre mejor que ir separados.

3. Los costes administrativos. Cualquier secesión tiene un alto coste administrativo. El país que se va -de donde sea que fuere- queda súbitamente huérfano de las instituciones a las que pertenecía con anterioridad. En nuestro caso, la Unión Europea y quién sabe cuántos pactos y acuerdos más de índole militar, social, comercial o cultural. Levantar fronteras son más funcionarios, trámites ya abolidos, nuevas inversiones en causas y en motivos que murieron, gracias a Dios, con el siglo XX.

4. La fractura social.El sentimiento separatista, alimentado y acaso precedido por los sentimientos separadores, como acertadamente ha señalado Luis Moreno, conduce al enfado y el malhumor perpetuo. Se torna cáncer social, una tumoración invasiva que no deja crecer al país ni a sus ciudadanos, que distrae la atención hacia menudencias cuando los grandes retos de futuro se van orillando. Mal para las familias, mal para el trabajo, mal para la política, mal, en definitiva, para todos.

5. La necesidad de acuerdos. Hemos de ser plenamente conscientes de que vivimos en democracia y con un estatus jurídico y un bienestar económico que, pese a todo, son la envidia de muchas naciones. En el caso catalán, además, gozamos de una autonomía de la que no gozan muchos estados federales. Tranquilicémonos y bajemos el tono de la discordia. En democracia las diferencias se discuten, acaloradamente si es preciso, pero se respetan y se consideran un valor para la comunidad. Nadie es depositario de la verdad. La democracia es más modesta y trata de certezas -a menudo efímeras- que toman cuerpo en las diferentes formaciones políticas. Las decisiones unilaterales son cosa de un pasado que no debería volver.

6. La cultura federalDion insistió en que el federalismo no es solo una forma eficaz, pragmática y acordada de resolver las aspiraciones legítimas de los diversos pueblos que configuran una nación. Además, es cultura política y educación sentimental. Promueve valores necesarios para la convivencia. Promueve el interés de unos por otros, en lugar del rechazo o la ignorancia. Tenía buena parte de razón Machado cuando escribió aquel durísimo verso: «Castilla miserable, ayer conquistadora, envuelta en sus andrajos, desprecia cuanto ignora». El centro peninsular no va envuelto en harapos ya, pero le queda mucho por saber de la periferia peninsular más allá de las playas que tanto frecuenta.