MI HERMOSA LAVANDERÍA

Soy un gángster

Soy un gánsgter, por Isabel Coixet

Soy un gánsgter, por Isabel Coixet

ISABEL COIXET

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Hace unos años, en una entrevista en televisión, Diane Sawyer, una conocida periodista americana que estuvo casada con Mike Nichols, le preguntó a un asesino de la mafia confeso: "Nunca se ha preguntado a sí mismo: '¿Cómo pude hacerlo? ¿Quién soy yo?". El asesino, mirándola, incrédulo, le contestó: "Señora, ¡¡¡soy un gánster!!!". Se me quedó grabada la cara de estupor del asesino, como si Diane Sawyer le estuviera preguntando si era del planeta Tierra.

Ese "ser" siempre me ha parecido admirable. En los reality show, las mujeres dicen "Soy madre" como si eso justificara el apoyo a cualquier cafre de 22 años que pilla rabietas y se comporta como un niño malcriado de 7. "Ser pelirrojo" se considera un estado especial, como si un color de pelo fuera determinante en el comportamiento y en el ser de un determinado colectivo. "Soy médico", dicen con aplomo y convicción los médicos en las películas de desastres aéreos, cuando las azafatas piden ayuda para un pasajero enfermo. "Soy de izquierdas", decíamos con orgullo desafiante todos los estudiantes de mi curso de primero de Historia en Bellaterra cuando salíamos de las formidables clases de Josep Fontana. No se contemplaba ser de derechas, era algo tan fuera de nuestro horizonte como pedir una hipoteca o tener un coche.

Hoy, si preguntáramos uno a uno a todos los que nos amontonábamos en aquella clase (90, y hasta 120 estudiantes), diría que más de la mitad no sabríamos qué responder. Se han desmoronado las maneras de explicar el mundo que eran las columnas de nuestra visión de este. Y nos –bueno, al menos yo me siento así– sentimos perdidos, débiles, huérfanos, confundidos, despistados y profundamente perplejos. Queremos creer. Ansiamos confiar en los pequeños cambios, los signos que parecen indicar que se pueden cambiar las cosas, pero cualquier contrariedad nos lleva a la casilla número 1: la de la vergüenza ajena que nos hace cuestionarnos si la izquierda es esto, si realmente somos parte de ella, porque, francamente, lo ponen cada vez más difícil.

Me he tropezado a veces a compañeros en consultas de dentista, en el mercado o en la cola del pan y, después de unos minutos de preguntas banales sobre la familia o el trabajo, nos despedimos sin atrevernos a formular las preguntas fundamentales: ¿Y ahora qué eres? ¿En qué crees? ¿Cómo has cambiado? ¿Dónde estás? ¿Qué has votado? ¿Qué deseas para el futuro? ¿Ves futuro? Nos perdemos de vista con amabilidad y alivio, esperando el próximo encuentro en 10 años en una pastelería, donde volveremos a esquivar hábilmente esas preguntas camuflándolas con un repentino interés por el estado de la espalda del otro. Pero estarán ahí, brillando en la oscuridad como la daga de Lady Macbeth, persiguiéndonos mas allá de la esquina por la que nos alejamos ahora mismo.