Al contrataque

Soy populista

ERNEST FOLCH

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¿Quién dijo que las palabras son el reflejo de la realidad? La política moderna consiste exactamente en lo contrario: intentar que la realidad sea creada por las propias palabras. Los departamentos de comunicación no son nada más que fabricantes de palabras que ayudan a crear inexistentes realidades. El último hallazgo es global: el concepto lo repiten, por tierra, mar y aire, el Financial Times, los ministros ahogagriegos del Eurogrupo y por supuesto nuestra querida y cada vez más temerosa élite local, que se lo explica a los correspondientes jefes de sección, tertulianos y otras especies influyentes. Presentamos aquí el nuevo palabro: p-o-p-u-l-i-s-m-o. Lo habrán oído inevitablemente en las últimas semanas porque es imposible que este lugar común, o quién sabe si esta consigna, no sea repetida a diario por políticos tan dispares entre sí que no están de acuerdo en nada excepto, curiosamente, en señalar a sus adversarios con el adjetivo de moda. Porque, ya lo han oído, es populista Ada Colau cuando decide bajarse el sueldo y es, por supuesto, populista Pablo Iglesias cuando pide la reestructuración de la deuda. Evidentemente es populista Tsipras cuando convoca el referéndum y hasta debe oírse que es populista Artur Mas que critica los populismos cuando convoca las urnas. Al final, resulta que es populista el que, acertado o no, quiere cambiar la sociedad y el estatu quo tal y como está montado. Es populista, curiosamente, el que convoca referéndums y pone en peligro el orden establecido con este artilugio tan peligroso llamado urnas. Es populista el que critica a los bancos y el que con sus acciones provoca, o dicen que provoca, la bajada del Ibex-35. En fin, es populista quien pone en entredicho el poder, porque lo que quiere el poder es hacer pasar como demagogos, locos y, claro, populistas, a los que discuten sus políticas.

Justificar el poder

Curiosamente nunca son populistas los que recortan, los que se mantienen los sueldos o les que se plegan a la troika. Y es que lo peor no es el poder, sino los que lo justifican, lo amparan y lo vitorean: articulistas de medio pelo que aplauden los recortes y son sistemáticamente la voz de su amo. Lo peor de la crisis griega no es la avaricia de los acreedores, sino el aparato intelectual que los ampara. Lo más salvaje no son los estados asumiendo con nuestro dinero la deuda privada de los bancos sino el air bag que les colocan sus distinguidos articulistas, que culpabilizan al pueblo griego de sus propias deudas y a los que abren la boca para protestar les acusan de… ¡populistas! Pero como los destinos del lenguaje son inescrutables, han logrado que lo que parecía un insulto sea, justamente porque es dicho por quien está dicho, un maravilloso elogio. Lo han conseguido: yo soy populista. Con mucha honra.