Dos miradas

Sondeos

JOSEP MARIA FONALLERAS

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El amigo y poeta Oriol Izquierdo me hace la siguiente reflexión: «¿Y la obsesión de querer saber qué ha pasado en vez de esperar a saberlo? Las encuestas a pie de urna responden a una patología: curémonos de ella». Tiene razón. Sabemos (y este domingo hemos vivido un ejemplo diáfano) que el único resultado que cuenta es el del escrutinio final. Esto lo dicen -haciendo caso del manual- los perdedores y los ganadores hipotéticos del sondeo. Los primeros, porque cuentan que reirán los últimos, y los segundos, porque no hay nada peor que celebrar una victoria que acaba siendo un fracaso. Y, sin embargo, no podemos dejar de estar pegados a la precipitación. Es una patología, como dice Oriol.

Como sabemos que en el momento de cerrar los colegios electorales ya no hay nada que hacer, que ya está todo decidido, entonces, en ese afán de adelantarse a los acontecimientos, deseamos saber qué se esconde en las urnas. Son aquellos instantes cuánticos en los que aún no es seguro que el gato esté vivo o muerto, o ambas cosas a la vez. Está en la caja -como el resultado de las votaciones- con todo un mundo de posibilidades por delante.

Después se produce un efecto perverso. Los que ganaban con el sondeo ofrecen la cara de perdedores cuando se sabe la verdad del escrutinio. Y a la inversa. La decepción del perdedor anunciado se vuelve alegría desbocada. No queremos margen para la sorpresa y resulta que es la sorpresa quien nos coge del cuello y nos tira de las orejas.