Editorial

La sombra del Gran Hermano internauta

La prudencia ha de presidir la exhibición de nuestro perfil 2.0 más personal en las redes

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Por pequeño que sea, todo paso que damos en el ciberespacio deja una huella indeleble de quiénes y cómo somos que podrá servir después para desvelar aspectos más íntimos de nuestra identidad, como actividades de ocio, gustos sociales, tendencias políticas, creencias religiosas o nivel económico. En España son varias las empresas que, dentro de la legalidad, se dedican a recabar y cruzar esos datos personales y, a través de técnicas de inteligencia artificial y big data (gestión masiva), crear perfiles de clientes que luego cederán a otras compañías para ser usados normalmente con fines publicitarios. Son los denominados data brokers.

Por estrictas que sean las leyes que rigen el comercio de información privada, es difícil no pensar que en ellas existen fisuras suficientes como para que, por ejemplo, una mujer embarazada reciba publicidad de productos prenatales incluso antes de comunicar ella misma la buena nueva a su familia. Internet lo supo antes por el rastro que dejó en su navegación digital. Nada es anónimo en la red y la pérdida de la privacidad se ha convertido en la moneda, aceptada por muchos, con la que se pagan servicios online aparentemente gratuitos.

Buena parte de los procedimientos para proteger la privacidad resultan poco eficaces sobre todo si el usuario no ha tenido reparo en colgar detalles de su esfera personal. El debate es complejo, pero las sociedades de la información precisan ya nuevas formas para regular las relaciones entre lo público y lo privado, lo propio y lo común, la intimidad y los derechos. Mientras, la prudencia ha de presidir la exhibición de nuestro perfil 2.0 si no queremos que la sombra del Gran Hermano internauta sea cada vez más alargada y amenazadora.