Dos miradas

Solius

JOSEP MARIA FONALLERAS

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Una de las consecuencias más terribles de la avalancha de casos de corrupción que nos hunde, como sociedad, en la miseria moral, es la ampliación de la categoría de corrupta a toda la clase política. No es menor ni lateral, aunque, por supuesto, la primera reacción es la indignación, la rabia y un deseo evidente de pasar cuentas y de caminar con decisión hacia una regeneración de la cosa pública. Pero el siguiente paso, que muchos no dudan en hacer, es desconfiar de los políticos por sistema y en conjunto, sin entrar en detalles. Por ello, la simple constatación de un contencioso administrativo se vuelve, sin matices, una declaración de culpabilidad. De aquí a las soluciones drásticas, al 'totum revolutum', hay muy pocos pasos.

Escribo esto a raíz de la inculpación premeditada y nauseabunda de Xavier Trias y de la imputación de Quim Nadal por el caso del valle de Solius (Baix Empordà). La reacción del alcalde de Barcelona ante la mentira ha sido contundente. Es una infamia. La del 'exconseller' de Política Territorial también ha sido decidida y firme. La Administración vela por el bien común, por el interés general, y, en ejercicio de su cargo, Nadal optó por salvar la memoria y el paisaje. Algunos se han apresurado a ponerlo en el saco de los delincuentes y eso es penoso. Como gobernante, apostó por un país mejor sin ninguna ganancia personal. Y es una ignominia querer hacer pasar el gato de la corrupción por la liebre de la responsabilidad.