Solidaridad y política

Junto al llamamiento a ayudar a los refugiados convive la pregunta de si nos lo podemos permitir

JOAN CAÑETE BAYLE

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Jordi Mesa (autónomo) y Robert Cros (jubilado) han enviado dos cartas a Entre Todos en las que hacen números y llegan a similares conclusiones. Al hilo de que España recibirá 6.000 euros por refugiado y año de la UE, Robert se pregunta: "Y para las personas de aquí que no llegan al salario mínimo interprofesional y no cobran pirmi, qué partida tienen pensado destinar? ¿Y a nuestros mayores para pagar sus residencia? ¿Y a nuestros hijos para que no estudien en barracones?". Jordi, tras afirmar que le parece "perfecto la solidaridad de Barcelona ante el drama humano de los refugiados" cree los 10 millones de euros que el Ayuntamiento prevé destinar para los desplazados que vendrán a la ciudad (algo más de la mitad de los 1.200 asignados a Catalunya) es "una colosal cantidad de dinero". "Mi padre cobra una pensión de 650 euros al mes (...). Entiendo que la gente se queje y mire con recelo la llegada de gente extranjera", concluye.

El drama de los refugiados que tratan de llegar a Europa ha originado una enorme corriente de solidaridad entre la ciudadanía. Pero en la conversación pública son muchos los que, como Jordi y Robert, echan cuentas y se cuestionan si nos podemos permitir tanta solidaridad y si no sería mejor dedicar ese dinero a los (muchos) necesitados que ya tenemos antes que a los que aún no han llegado.

Así, Óscar Pujol, desempleado de Badalona, escribe: "Me sorprende un poco la fiebre altruista que han contraído muchos hacia los refugiados sirios (...) porque se produce en una sociedad en la que la filantropía con destino local no descolla y parece que esperemos el impacto mediático y/o emocional de turno para activar nuestra relativa fraternidad". Y Eva Romero, profesora de instituto de Barcelona, reflexiona "desde el pupitre": "Soy filóloga catalana. Tengo tres horas semanales de castellano con un grupo que tiene dos alumnos con quienes me tengo que comunicar en inglés. Imparto la clase en un aula que parece un zulo, donde la única presencia de la tecnología son unos cables que cuelgan del techo (...) Estoy de acuerdo en abrir los brazos a las nuevas culturas y necesidades. Pero con unos medios dignos: traductores, psicólogos y técnicos en integración social".

Junto al argumento predominante de la solidaridad, la pregunta de si nos podemos permitir ayudar a los desplazados no solo existe, sino que está muy extendida en la conversación pública. Se nutre de la precaria situación en la que la crisis ha dejado a muchísima gente, y en la concepción de que los recursos públicos son escasos y que hay que competir por ellos. Desoír o desdeñar estas preocupaciones puede ser un error fatal del que ya tenemos experiencia: son los mismos argumentos que se esgrimieron (que se siguen utilizando, de hecho) respecto a la emigración tradicional y que no se contrarrestaron con datos desde un principio. Después, en plena crisis, fueron muchos los ayuntamientos que pusieron en marcha campañas antirrumores en las que, con números en la mano, demostraban que no era cierto que los emigrantes coparan los servicios sociales. Pero fueron esfuerzos baldíos, el argumento contrario ya estaba firmemente instalado en la conversación pública y fue utilizado y explotado por políticos de esos que se dicen sin complejos desde Badalona hasta Vic, por poner dos ejemplos.

Los recursos son limitados, es cierto. Como también lo es que hay derechos humanos, hay responsabilidades, hay principios de pura humanidad, hay memoria y, sobre todo, hay ideologías a partir de las cuales se decide repartir esos recursos públicos limitados de una manera o de otra. El importe de una pensión no lo deciden 1.200 refugiados sirios, sino los políticos elegidos en las urnas. La solidaridad por sí misma no basta: hay que explicarla bien. Hay que hacer, en definitiva, política en todo el sentido del término.