La sociedad de la intolerancia

En esta sociedad de la hipercorrección política, que inventa conceptos tan ridículos como 'afroamericano' o 'europeodescendiente', dos incidentes veraniegos, muy distintos entre sí, han puesto de manifiesto la intolerancia y la humillación que se esconden tras el comportamiento políticamente correcto.

El primero es el acoso al 'burkini', prenda de la que se puede abominar, pero no por ello tiene que ser prohibida. La escena de los policías de Niza que obligaron a una mujer a desvestirse en la playa produce sonrojo. Tan represivo era prohibir el biquini hace años como hacerlo ahora con el 'burkini', pero en este caso es aún más absurdo porque a ningún policía se le ocurriría obligar a desvestirse a un hombre o mujer occidental que se tumbara en la playa sin destaparse porque le molesta o le daña el sol, pongamos por caso. En lugar de dejar que cada uno se vista como le dé la real gana, en el asunto del 'burkini' se actúa por prejuicios ideológicos.

Como se trata de un despido ideológico el que ha sufrido el futbolista Eric Zárate, al que el Lleida rescindió el contrato a las pocas horas de firmarlo tras comprobar que el jugador había lanzado en Facebook y Twitter insultos racistas, sexistas y contra Catalunya. Es muy lamentable que Zárate considere a las mujeres «todas putas», a Lewis Hamilton «puto negro de mierda» y a la Generalitat y a los independentistas catalanes también «putos de mierda», además de escribir «Puta Catalunya». Pero los insultos los publicó cuando tenía ¡15 años! Hace cinco. ¿En qué influyen esos calificativos para jugar bien o mal a fútbol? ¿El jugador debe ser condenado de por vida a no practicar el fútbol profesional por sus reprobables opiniones? Zárate pidió perdón en las redes sociales por sus excesos y quizá esa rectificación le ha servido para enrolarse al final en otro equipo catalán, el Santfeliuenc, aunque ha bajado de categoría, de Segunda B a Tercera.