Ideas

Sobrevivir a la nación

XAVIER BRU DE SALA

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Solo somos en parte como los románticos, que dedicaban su formidable impulso a la construcción de un yo más autoexigente y autosuficiente, separado de la naturaleza y humanizado hasta el heroísmo, a menudo trágico.

Nos consideramos libres, conscientes y críticos. No sabemos muy bien cómo separar cultura de entretenimiento, pero todavía creemos en el individuo y, en general, estamos en contra de la uniformización y de la integración en la masa y sus comportamientos gregarios.

A pesar de ello, a menudo los alimentamos con la mano que nos alimenta, aunque los sepamos dirigidos y orientados por los intereses del poder. A diferencia de los románticos, hemos aprendido a sobrevivir asumiendo altas dosis de incoherencia sin sufrir ni una esporádica y evanescente tentación de suicidio.

Este aspecto del credo romántico lo soportamos sin pena y no con mucha gloria. Peor, mucho peor lo tenemos en relación con el otro gran tótem de los románticos, el pueblo, la nación como forja del personal y depositaria de las esencias, poéticas, musicales, etnolingüísticas e incluso caracterológicas.

Por más que, sobre todo en las naciones que, como la nuestra, deben la resurrección de entre los moribundos a la ola del romanticismo germánico, algunos sientan nostalgia de esta noble tarea de la cultura, es muy cierto que, desde hace muchos y muchos decenios, es el Estado que hace la nación. Cada vez más.

El Estado, o el miniestado, no la cultura. La cultura, si quiere colaborar, bienvenida. Los poderes locales agradecidos, aunque solamente un poco, no exageremos, porque al Estado no le hacen falta esta clase de ayudas, sobre todo si estas tienen el atrevimiento de mostrarse críticas.

Como si no tuviera bastante con sobrevivir al mercado, la cultura lo que debe hacer es mantener y también aumentar las distancias con el Estado, es decir con la nación. Más nos valdría pues ser poco o muy anticatalanes, a condición de que esto no nos convirtiera, de rebote, en más españoles.