Sobreactuaciones

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Albert Sáez

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La dimensión desconocida pone al descubierto a muchos actores de dudosa capacidad interpretativa. Y sus adversarios se apresuran a dejarlos en evidencia mientras perdonan la vida a los propios. Hunden en las últimas horas muchos dedos en el ojo de la presidenta del Parlament, Carme Forcadell. Sus detractores, en lugar de aplaudirla por ceñirse de nuevo a la ley y el orden, se dedican a recordar sus incitaciones a lo que la España del 155 llama sedición y rebelión: "President, ponga las urnas" y "no daremos un paso atrás" dijo la anterior líder de la ANC. Los excesos verbales de Forcadell son de sobra conocidos y su paso del activismo a la política institucional no hizo más que acentuarlos. Ahora le pasan cuentas, pero no por lo que dijo sino por lo que representa.

¿Han sido los independentistas los únicos que han sobreactuado en este tiempo? Me temo que no. Ahí está el ministro Zoilo que en menos de un mes ha pasado de menospreciar a los Mossos por su "pasividad" en el 1-O a ordenar que la tengan en el conato de huelga general de esta semana. O el ministro Català que de tanto desmarcarse de la actuación de la Fiscalía ahora se come la rebelión de Maza que se gusta tanto que ya no tiene suficiente con actuar en las salas judiciales y se pasea cada noche por las tertulias radiofónicas dejando en evidencia a la mismísima vicepresidenta del Gobierno. 

Los actores suben el tono cuando no se saben el papel o cuando no saben interpretarlo. La sobreactuación esconde siempre una impotencia. La espasmodia de unos y otros es simplemente un burdo intento de esconder la inviabilidad de la unilateralidad y del 155. Puesto que no me sé el papel, me pongo a gritar más que nadie para esconder mi impotencia. El drama es que la salida del laberinto pasa por una campaña electoral que es por definición un ejercicio de sobreactuación. Ahí están los independentistas pugnando para ver quien hace la lista unitaria más amplia para justificar que acabarán haciéndola con sus incondicionales y poco más. Y ahí están los inmovilistas haciendo aspavientos para simular un movimiento imperceptible. Que los 'indepes' no logren la mayoría absoluta no les convierte en alternativa, por muchas sumas y restas que hagan con los porcentajes y las encuestas. Porque al final la realidad se impone. La sociedades son sociedades aunque les llamemos miles de veces empresas, de la misma manera que España es un democracia aunque se diga infinitamente que es una dictadura. Cuando llueve, llueve, aunque la tele diga que hace un sol radiante. 

La salida de la dimensión desconocida será imposible mientras los actores no dejen de sobreactuar, reconozcan al "otro" y piensen en los fans de los adversarios antes que en los propios. Las elecciones pueden ser una ocasión para librarse de los actores que sobreactúan, a uno y otro lado de la comedia. Pero todo indica que la función continúa con el absoluto menosprecio de unos y otros a quienes no les votan. Una auténtica vergüenza en una república o en una democracia.