Los jueves, economía

Soberanía y pobreza

Catalunya se construye defendiendo sus derechos nacionales y los de sus ciudadanos a la justicia social

JOSEP OLIVER ALONSO

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El drama de una penuria rampante se infiltra por los entresijos de los medios. Hoy es esa necesidad energética, el drama de vivir contando el tiempo de cocción de la comida o el de apertura de la radio o la televisión, que tres mujeres explicaban en este diario el martes. Ayer era el Síndic de Greuges alertando de la malnutrición de casi 50.000 niños. Anteayer fue algún desesperado desahuciado atentando contra su vida. Siempre, y a lo largo de toda la crisis, el drama de los jóvenes y mayores buscando restos de comida, o de lo que sea, en los contenedores. Y más allá de estas anécdotas, la diaria denuncia de las oenegés luchando para mantener a flote a un colectivo cada vez más numeroso.

El lector se preguntará a qué vienen hoy, justamente tras la histórica jornada de ayer, estas reflexiones. Cierto que los problemas económicos que nos ahogan son formidables. Que la recuperación apenas comenzada no está garantizada. Que la corrupción nos abate y deprime nuestro futuro. Y que, por encima de todo, las relaciones de Catalunya con España están en un momento decisivo de redefinición. Cierto. Pero una sociedad que se precie ha de resolver sus grandes cuestiones sin dejar a nadie en la cuneta. Y no lo estamos logrando. Esta crisis nos ha puesto frente al espejo de nuestras miserias. Nos creíamos cultos, avanzados y económicamente prósperos, y nos vemos ahora como en las fotos del desván, como la Catalunya de hace ya tantos años que parece que no podamos siquiera recordarla.

De la crisis económica les aseguro que saldremos. De nuestro contencioso histórico con España, también. Y si es a través de la independencia, incluso encontraremos la forma de ensamblarnos en el proyecto europeo. Todos los grandes problemas se resolverán, tarde o temprano.

Pero lo que no se corregirá es el sufrimiento actual de miles de familias, de niños y de mayores sin recursos y sin ayudas públicas, sin esperanza, que solo sobreviven merced a la caridad. Ahí es donde mostramos enormes carencias. Esta Catalunya que quisiéramos tan avanzada, tan nórdica, acaba comportándose como un país latino más, echando mano de la caridad y obviando la justicia. Y así, a la chita callando y con la prórroga presupuestaria, se cayeron los impuestos que deberían haber permitido un cierto alivio de las finanzas públicas. Y la recuperación del de sucesiones o la mejora en la recaudación por patrimonio, que deberían gravar las rentas más altas, siguen durmiendo el sueño de los justos.

Hemos tenido, y tendremos, dificultades enormes con el Estado español. Pero no nos equivoquemos. También aquí existe incompetencia política, alimentada por doctrinas liberales que postulan que los pobres lo son porque se lo merecen. Entre unos y otros, un año más se ha condenado a vegetar en su miseria a un amplio colectivo de ciudadanos. Y para muestra, el botón de la renta mínima de inserción o el del debate sobre las becas comedor. Son tiempos muy difíciles. Pero la Catalunya del futuro se construye hoy, no posponiendo la resolución de aspectos esenciales. Se construye defendiendo los derechos nacionales frente a Madrid. Y también los de sus ciudadanos a un mínimo de asistencia pública.

Ayer dimos un aldabonazo espectacular a la conciencia española y mundial. Ayer avisamos, una vez más, del amplísimo deseo de decidir nuestro propio futuro, sea el de la independencia o el de una nueva relación con España. Ayer volvimos a decir, alto y claro, que hay un choque de soberanías, lo quieran o no entender en Madrid. Y que hay que encontrar una solución. Pero mal haríamos en la defensa de los intereses nacionales si, al mismo tiempo, no pusiéramos igual énfasis en la construcción de una sociedad solidaria que tenga en cuenta a los más débiles. Y no por mor de la caridad, sino de la justicia. Porque todos vivimos en esta sociedad y todos somos sus hijos. Necesitamos una nueva Catalunya que nos aleje de nuestro pasado latino, que nos acerque al norte. Pero sin derechos sociales mínimos no lo lograremos.

Una última reflexión tras el impresionante 11-S de ayer. Cuando miremos atrás dentro de unos años, desearía contemplar que, junto a la culminación de los deseos nacionales de la mayoría de los catalanes, también fuimos capaces de construir una sociedad más solidaria. Y que lo hicimos en momentos, como los actuales, de enorme penuria presupuestaria.

De todas las terribles experiencias oídas desde la pobreza, quizá una de las más impactantes fue la de aquel sin techo que explicaba que su peor sufrimiento no era dormir al raso sino su invisibilidad, que pasaran por su lado sin verle, que fuera transparente. Porque, como dijo el clásico, el peor pecado no es odiar a nuestros semejantes sino tratarlos con indiferencia: esa es la esencia de la inhumanidad. Esto no es lo que quiero para mi país. Catedrático de Economía Aplicada (UAB).