NÓMADAS Y VIAJANTES
'Snowden Pulitzer'
Ramón Lobo
Periodista
Periodista
RAMÓN LOBO
El premio Pulitzer de este año estaba cantado. Obviarlo hubiese sido escandaloso, un borrón. Lo mejor es la categoría elegida para premiar a los dos periódicos que han liderado las informaciones sobre el espionaje de la agencia NSA: la de servicio público. No podía ser en investigación porque el material divulgado procedía en su totalidad de las filtraciones de Edward Snowden, a quien el Gobierno de Estados Unidos y parte de su clase política consideran un criminal, un traidor a su país. La revista The New Yorker reconoce la extraordinaria aportación del analista exiliado en Moscú con el título que encabeza este texto: «Snowden Pulitzer».
La primera lección de este reconocimiento del trabajo en equipo de periodistas de The Washington Post y The Guardian es que un Gobierno democrático nunca está por encima de la ley ni en la posesión de la verdad. En democracia no hay absolutos, eso se deja para las dictaduras. Todos somos iguales ante la ley; los gobernantes, también. Hay reglas que cumplir y explicaciones que dar si se vulneran.
La segunda lección es que los periodistas tienen el deber de no creer la versión de sus dirigentes ni dejarse amedrentar por ellos, o por policías y jueces. El servicio del periodista no es hacia el Estado, sino hacia el lector, el ciudadano. Es la base de la democracia y del periodismo que va a sobrevivir a la crisis.
Las presiones sufridas por los diarios premiados han sido formidables. Al Post se le ha atacado con artillería pesada. Se le acusó en público y en privado de traición, de favorecer a los enemigos de EEUU, de poner en peligro la seguridad nacional y la vida de millones de personas. Las informaciones publicadas y mantenidas contra viento y marea han demostrado que quienes vulneran la ley tienden a confundir su impunidad personal con los secretos de Estado. Típico de los delincuentes.
Goteo calculado
Las noticias publicadas en un goteo calculado por Snowden, para potenciar el impacto mediático, desnudaron las primeras declaraciones del presidente de EEUU, Barack Obama, quien faltó a la verdad. Los presidentes por lo general mienten por los codos, y, sin son españoles, más. El deber de un periodista es no creer a sus presidentes ni a los banqueros, sino contrastar las informaciones.
Peor lo tuvo el británico The Guardian: registros policiales en la redacción, secuestro de ordenadores, destrucción de discos duros, acoso a sus periodistas, trabas para conseguir visados laborales en EEUU. La presión física y psicológica ha sido tremenda. El Gobierno del Reino Unido, que ha actuado en comandita con la Casa Blanca, les ha tratado como a delincuentes. Persiguieron al periodista Glenn Greenwald y a su pareja David Miranda, a quien aplicaron la legislación antiterrorista en el aeropuerto de Londres al sospechar que hacía de correo entre Snowden y Greenwald.
El premio vuelve a situar el debate en donde debe estar: el delito que se denuncia, no en la denuncia en sí. Otra cortina de humo. Los periódicos hicieron su trabajo; quien no lo hizo fue EEUU. El espionaje masivo, sin orden judicial, a sus ciudadanos y las grabaciones de los teléfonos móviles de la mayoría de líderes extranjeros, como la peligrosísima Angela Merkel, suponen una ilegalidad, una violación de la Constitución de EEUU, además de numerosas leyes de protección de datos.
Cambiar las leyes
La excusa del terrorismo no es disculpa para violar las leyes que nosotros mismos aprobamos. Es más honesto cambiar las leyes. La obligación de los periodistas es vigilar a los poderes públicos que cobran de los impuestos de todos, garantizar que se hace un buen uso de esos fondos. También lo es denunciar abusos del poder.
Hay una palabra en inglés que encierra la esencia del sistema democrático, de su eficacia: accountability es decir, rendición de cuentas. Todo servidor público está obligado a explicar sus acciones, y más si estas son deshonestas. Por eso en EEUU y en el Reino Unido existen las ruedas de prensa. Sería inconcebible el tratamiento dado en España al caso Bárcenas o a la corrupción de la Gürtel. El silencio de un líder político le convertiría en culpable ante la ciudadanía y perdería las elecciones. La accountability lleva pareja otra palabra desconocida en España: dimisión.
No es solo culpa de los medios de comunicación, que no terminamos de hacer bien nuestro trabajo, lo es también de la ciudadanía. Nos falta cultura democrática, algo que se aprende en la escuela. Allí es donde un país decide si quiere ciudadanos o súbditos. Nosotros tenemos al ministro Wert.
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