Relevo en la diócesis barcelonesa

De Sistach a Omella

Barcelona tenía que desmentir los análisis sesgados que presentaban una Iglesia catalana en declive

ARMAND PUIG TÀRRECH

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La historia camina deprisa. Han pasado más de 11 años (junio deL 2004) desde que Juan Pablo II enviaba al arzobispo Lluís Martínez Sistach de Tarragona a Barcelona, de la capital histórica a la capital de facto de la Iglesia catalana. En aquella fecha nacían dos nuevas diócesis, Terrassa y Sant Feliu. Barcelona seguía el camino de Bruselas, París y Madrid, desmembradas anteriormente, a diferencia de Milán, que aún hoy es una macrodiócesis de cinco millones de habitantes.

Martínez Sistach, nacido en Barcelona en 1937 y nombrado cardenal por Benedicto XVI (2007), tenía que asumir el trasiego que suponía la división de una diócesis que desde hacía siglos tenía unos límites similares y de la que había sido sacerdote y obispo auxiliar. Había que reconducir la opinión de muchos sacerdotes opuestos a la división. Había que recomponer la unidad y la cohesión diocesanas después de unos años de dificultades patentes. Había que reinstaurar un ambiente sereno y pacificado, pese a la pervivencia de las inevitables nostalgias y de alguna bajeza. Había que proceder a la partición de los bienes entre Barcelona y las otras dos diócesis. Había que racionalizar el funcionamiento de la curia diocesana en muchos aspectos. Sistach era el hombre adecuado para hacerlo: había sido la mano derecha del cardenal Jubany y conocía la casa como nadie.

Por otra parte, era importante tejer una relación normalizada con Roma, de modo que Barcelona se singularizase no tanto por los problemas -reales o imaginarios- como por los proyectos exitosos. Barcelona tenía que ganar la posición, como se diría en argot deportivo, ante ciertos análisis intencionada y repetidamente sesgados de la realidad eclesial catalana: fundamentalmente, la presentación de Catalunya como un país descristianizado y con una Iglesia en declive, en contraste -así se quería hacer creer- con otros territorios de España. La respuesta del cardenal ha sido inteligente y activa. Sistach ha encontrado maneras concretas de internacionalizar Barcelona y aproximarla a Roma y a la curia vaticana y, en definitiva, abrirla a la Iglesia universal. El nuevo arzobispo, Juan José Omella, continuará el camino abierto y de comunión con el obispo de Roma.

Primero fue la dedicación de la basílica de la Sagrada Família por el Papa, que dio la vuelta al mundo y supuso un aumento extraordinario de visitantes, con el consiguiente beneficio para la ciudad (2010). La Sagrada Família es y será cada vez más la catedral de Europa, y el nuevo arzobispo tendrá el reto de encontrar nuevas maneras de conjugar su condición de santuario de gran potencia simbólica y centro espiritual de fuerte impacto evangelizador con las servidumbres derivadas del hecho de que es un monumento de fama mundial, y además en construcción.

En segundo lugar, vinieron la Missió Metròpolis y el Atri dels Gentils (2012), dos iniciativas que, sobre todo la segunda, lograron un notable eco ciudadano. El Atri supuso un mano a mano con el mundo de la universidad y de la cultura, sensible y cercano a un discurso sobre la belleza y el arte; en definitiva, un discurso de profundidad humanística, en el que la Iglesia se encuentra necesariamente bien. Este ha sido el espíritu que ha conducido a la creación de la facultad eclesiástica Gaudí de Història de l'Església, Arqueologia i Arts Cristianes (2014), ahora integrada, con las de Teologia y Filosofia, en el Ateneu Universitari Sant Pacià (2015), la última gran obra del cardenal.

Por otra parte, el Congrés Internacional de les Grans Ciutats (mayo y noviembre del 2014) supuso entrar de lleno en las inquietudes del primer Papa urbanita moderno, Francisco, que viene de un área metropolitana, la de Buenos Aires, de 13 millones de habitantes. La de Barcelona tiene tan solo 5,5 -es una pequeña gran ciudad-, pero necesitada de una nueva capilaridad humana y social, en la que el mensaje transformador del Evangelio de Jesús se viva con fuerza por parte de los creyentes y se esparza entre los múltiples mundos que configuran su realidad urbana.

El nuevo arzobispo es un hombre sensible a los vacíos existenciales y a las heridas de los corazones y de los cuerpos, y entiende, como ha escrito y practicado, que la Iglesia es servidora de los pobres y de los necesitados y que, como el buen samaritano, quiere cargarse al hombro el sufrimiento de tantas personas. El documento Evangelii Gaudium de Francisco (2013), que propone una conversión pastoral y misionera, una salida a las periferias y una maternidad misericordiosa de la Iglesia, será uno de los referentes del pontificado que se abrirá el 26 de diciembre. Omella, hijo de Cretas (Matarraña, 1946), pastor en Barbastro y Logroño, persona que conoce de primera mano la fuerza de amor que hay en el Evangelio, llega entre nosotros. ¡Bienvenido a Barcelona!