tú y yo somos tres

El síndrome del gato escaldado

FERRAN MONEGAL

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Rocambolesco itinerario el que ha seguido Miguel Ricart tras su excarcelación. Los  informativos de las cadenas nos lo han contado, mientras nos lo enseñaban cubierto con un pasamontañas y rodeado de una nube de cámaras y reporteros en busca de alguna declaración. Veamos. Tomó un tren en dirección a Jaén. Le acompañaban unas personas que no se sabe si eran asistentes sociales o cazadores de exclusivas de alguna productora de televisión.  A mitad de trayecto le apean. Le meten en un coche y le llevan de vuelta a Madrid. Le instalan en un hotel de cuatro estrellas. Le mantienen ahí un número indeterminado de horas. Se especula que en ese tiempo, y tras el pago de una importante cantidad de dinero, le graban una entrevista para emitir próximamente en la tele. Luego le trasladan a una pensión. Las cámaras de Telemadrid se presentan en el humilde establecimiento. No pueden pillar a Ricart pero entrevistan a los encargados de la pensión («Está en la habitación. Está muy cansado, muy cansado»). Y a partir de ahí silencio. O sea, se disparan los rumores. ¿Se ha pagado dinero a Ricart para que se deje entrevistar? ¿Qué productora lo ha hecho? ¿Qué canal de televisión la va a emitir próximamente? ¡Ahh! Ayer por la mañana había expectación por ver a las reinas de las truculencias matinales, Susanna Griso (A-3 TV) y Ana Rosa Quintana (T-5). Se especulaba que una de las dos podría tener la entrevista de pago al asesino excarcelado. Susanna Griso realizó su programa Espejo público sin apenas mencionar el tema. Solo una pincelada breve, de pasada, apenas dos o tres minutos. Ana Rosa Quintana hizo lo contrario: hizo un prolongado resumen-seguimiento a la excarcelación de Ricart, incluso con despliegue de equipos por Valencia (rótulo en pantalla «¡Miedo a Miguel Ricart en Alcasser!»). Pero en ninguno de los dos programas matinales de ayer hubo ni rastro de entrevista con el condenado. No obstante, se produjo una meditable advertencia de Ana Rosa Quintana. Reprimiendo la indignación, lanzó ésta pregunta-mensaje: «¿Tú crees que yo y este equipo somos capaces de pagar a un asesino de niñas? (...) Ni se le ha pagado, ni se le ha ofrecido, ni se le ha invitado. Nada, de nada, de nada».

¡Ah! Es una advertencia comprensible. Suena a síndrome de gato escaldado. Todavía recordamos la delicada entrevista que la señora Quintana y su equipo le hicieron a la mujer del asesino Santiago del Valle.