NÓMADAS Y VIAJANTES

El síndrome canadiense

RAMÓN LOBO

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La policía descarta que los atentados de Quebec y Ottawa, en los que murieron dos soldados, formen parte de un plan de una organización terrorista. Sostiene que se trata de lobos solitarios, personas que actúan por iniciativa propia. Los ataques se produjeron en la semana que Canadá anunció su participación en los bombardeos contra el Estado Islámico (EI). Puede que tengan relación.

Los atacantes Martin Couture-Rouleau y Michael Zeha-Bibeau son jóvenes blancos nacidos cristianos en Canadá, convertidos al islam, emocionalmente inestables y radicalizados en alguna mezquita local. No hablamos de terroristas extranjeros procedentes de Oriente Próximo que entran en el país para cometer una acción criminal, como en el 11-S; tampoco de inmigrantes radicales, como en el 14-M de Madrid, ni de inadaptados de la segunda generación, como en el 7-J de Londres. Esto es lo inquietante: la radicalización puede afectar a cualquiera.

Las autoridades les habían retirado los pasaportes para evitar que viajaran a Siria a unirse a las filas del EI. Esto indica que se ha mejorado mucho en los sistemas de detección, que la policía dispone de ojos y oídos en los lugares donde se produce la radicalización. Tras los atentados de Nueva York y Washington, el Congreso de EEUU realizó una profunda investigación que destapó las carencias de los sistemas de seguridad e identificó los errores cometidos.

Antes del 11-S existía información suficiente para haber descubierto lo que se preparaba, pero no hubo capacidad para cruzar los datos; tampoco había suficientes traductores de árabe. Los atentados de Nueva York, Madrid y Londres han cambiado los protocolos policiales. Hoy se potencia el trabajo de calle, la anticipación.

Tras lo ocurrido en Canadá descubrimos otra lección: la detección temprana de la peligrosidad potencial de los jóvenes Couture-Rouleau y Zeha-Bibeau no ha servido para evitar los atentados porque estaba enfocada en evitar su alistamiento. El pensamiento policial dominante, hasta ahora, es que el peligro de los voluntarios yihadistas en Irak y Siria (hay unos 3.000 occidentales, de los que menos de 100 serían españoles) se concentra en su regreso; personas que vuelven a casa tras combatir en Oriente Próximo. No es una guerra normal, con sus leyes y convenciones internacionales de respeto a los prisioneros y los civiles, sino de otra sin normas en la que se viola a mujeres, se asesina a niños y se corta la cabeza a los enemigos. Es una guerra medieval con armas modernas.

Hasta ahora se pensaba que el peligro era el retorno de estas personas entrenadas en matar y violar. El temor es que cometan atentados, organicen células o grupos que obedezcan órdenes del Estado Islámico, que lleven la guerra hasta nuestros hogares en venganza por llevar nuestros bombardeos hasta los suyos. Tras el atropello mortal de Quebec y el tiroteo de Ottawa hemos aprendido que también pueden atentar antes de viajar. Lo ocurrido en Canadá recuerda a las bombas de Boston, atribuidas a los hermanos Tsarnáev de origen checheno.

DETECTAR EL RADICALISMO

Los lobos solitarios, como se les llama en el argot policial, son difíciles de detectar, requiere una denuncia de su entorno, de alguien alarmado por la radicalización, un familiar o un amigo. Los candidatos a lobo solitario suelen expresar su odio y a veces amenazar con atacar. ¿Cómo diferenciar una bravata de bar de una amenaza real, creíble? En mayo del 2014, Mehdi Nemmouche entró en el Museo Judío de Bruselas y disparó contra las personas que se encontró. Hubo cuatro muertos. Su ataque fue captado por cámaras de seguridad.

Nemmouche había regresado de Siria, donde combatió en el 2013. Era un yihadista de regreso a casa, un tipo con antecedentes penales y policiales, como es, al parecer, el caso del tirador de Ottawa. En el 2012, un joven de origen argelino, Mohamed Merah, mató a tres militares franceses y a cuatro civiles judíos en un colegio hebreo. Ocurrió en las ciudades de Montauban y Toulouse. Era conocido su radicalismo. Pese a estar controlado nadie pudo o supo evitar la tragedia.

Además de los riesgos de seguridad que generan los múltiples errores cometidos en Irak, Siria y Afganistán, por decir los sitios más evidentes, hay otro mayor: que los atentados sirvan de excusa para recortar libertades, para jugar con el miedo y justificar políticas injustificables, como la legalización de hecho de la tortura en Guantánamo y en las prisiones secretas de la CIA. Cuando Edward Snowden dio a concer el escándalo de las escuchas, el Gobierno de EEUU dijo que ponía en riesgo la seguridad nacional, que daba un material valioso a grupos terroristas. Nada de eso ha ocurrido, pero el abuso continúa. La inseguridad por los errores, también.