Al contrataque

Sin bromas

ANA PASTOR

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Te voy a contar un chiste. Te vas a acostar hoy a las tantas. Habrás llegado a casa cuando en la calle hace horas que se hizo de noche y te has metido en la cama directamente sin cenar. No había gran cosa en el frigorífico, pero tampoco tenías demasiada hambre. Tenías más cansancio que necesidad de llenar el estómago. Llevas todo el día aguantando a tu jefe, que te ha hecho ir corriendo desde las siete de la mañana sin entender que las cosas no se hacen así. Llevas todo el día pensando, hoy también, que no compensa aguantar tanto por 750 euros al mes. Pero no tienes opción. Peor es estar en el paro y llenar las horas con silencio entre las cuatro paredes de la habitación de la casa que compartes con otras dos personas. Ya llegará algo mejor, piensas. De otras has salido. Y te quedas dormido porque ahora el sueño vence al cabreo.

La podrida realidad

Y de repente suena el despertador. Son las seis de la mañana y la radio te devuelve a la realidad podrida de la actualidad. Escuchas algo de unas compras y unas tarjetas. Al principio no prestas atención. Pero al oír «sueldos millonarios» pones la oreja. Una voz de mujer repasa una lista de compras en tiendas caras, de recibos en restaurantes de mucho dinero, de bebidas alcohólicas, de viajes, cajero automático, de hoteles, de peluquerías, cajero automático de nuevo, de farmacias, de heladerías... y así casi hasta el infinito. Dice la voz de mujer que los que se gastaban ese dinero lo hacían con una tarjeta de crédito y que Hacienda no se enteraba de nada. Tarjetas negras, las llama. Vaya. Qué raro. Oyes algún nombre conocido, algún político que ya ha sido noticia. Dan sus salarios millonarios de nuevo. Y te preguntas por qué necesitaban una tarjeta extra con el sueldazo que tenían. La voz de mujer cierra la noticia recordando que esa fiesta la hemos pagado todos porque los de las tarjetas trabajaban en una caja de ahorros rescatada. Te quedas esperando a que aparezca la palabra cárcel, pero no aparece. Ya ni eso te sorprende.

Apagas y sales a la calle. Se hace tarde. Está amaneciendo. Caminas rápido. Y te viene a la cabeza el sueldo de uno de esos tíos de las tarjetas. Y después recuerdas la cara de esa mujer afectada por las preferentes. Dice que la han robado. Tiembla contando que todos los ahorros de su vida, que no llegan a 30.000 euros, han desaparecido. Se los han birlado. Visto y no visto. El truco de los trileros, piensas. Ladrones, murmuras. Y sigues caminando. Te voy a contar un chiste. Acabas de llegar al trabajo. Son las siete de la mañana. Tu jefe entra detrás de ti. Otro día más. Uno más.