Lo siento, no me puedo creer que no sepan nada

Todo empezó con Lola Flores, 'La Faraona', el ejemplo más escandaloso

Cristiano Ronaldo festeja el triunfo en la final de Cardiff.

Cristiano Ronaldo festeja el triunfo en la final de Cardiff. / periodico

EMILIO PÉREZ DE ROZAS

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Gerard Piqué lo tiene clarísimo: la ley es espesa, rara, está mal hecha, no tiene sentido,  es confusa, se presta a equívocos. La ley de ellos, digo, no sé, porque la ley para el resto de los humanos y, más aún, de los españoles, parece bastante más sencilla. O, tal vez, solo tal vez, no tiene demasiadas interpretaciones. O no tenemos tanto dinero (o asesores, o bufetes de abogados, o listos a nuestro alrededor) que nos permita hacer fantasía a la hora de declarar a Hacienda.

Hay muchas cosas que los humanos normales no entendemos o llevamos mal de estos escándalos de famosos, muy mal: que sean los ricos, los poderosos, los más pudientes quienes intenten convertir en arte no pagar los impuestos, o a Hacienda, o lo que toque. Peor aún, no llevamos bien que aquellos que ganan más dinero que nadie (en ningún momento cuestionamos que ganen una barbaridad por lo que hacen, ¡en ningún momento!), sean los que más posibilidades tienen de hacer trampas.

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Porque, al final -y, perdón, al inicio- lo que nos resulta chocante es que a ellos los vemos viajando en jets privados, alquilando megayates, mostrando su vida de lujo, comprando hoteles y montañas e inundando las redes sociales de morritos y postureo. Insisto en que nos parece bien pues todo eso se lo han ganado con sacrificios y proezas deportivas, las que sean, no importa el deporte ni los rivales. Pero paga, chato, paga como todo el mundo.

Es evidente que esa interpretación extraña, especial, personal, privada, tal vez, incluso, compartida por quien le contrata, quien le paga (y no hablo solo de clubs de fútbol, hablo de grandes patrocinadores personales de las grandes estrellas del deporte, tiene su punto de maldad, de intencionalidad.

A LA CAZA DEL FAMOSO

Yo no me creo que un megamillonario de estos, por menos inteligente que sea o se le suponga, no sepa que alguien está haciendo magia con su dinero, no para declarar lo que toca, sino para declarar menos, mucho menos, o nada de lo que toca. Como decía papá, yo me creeré que alguien se ha vuelto loco cuando le vea repartir billetes de 1.000 pesetas por la calle (decía entonces); mientras lo que haga sea robárselos a alguien, no me creeré que está loco.

Puede ser, ¡claro que sí!, que las haciendas, todas, persigan a los famosos. A todos. Y que los persigan para asustarnos a los demás. Yo, cuando les cuento a mis hijos que todo empezó con Lola Flores, flipan. Pero es así, aquel terremoto flamenco fue condenada en 1991 como autora de cuatro delitos fiscales contra la Hacienda Pública, por no haber hecho, ni siquiera, la declaración de renta durante cuatro años. Al final pudo demostrar que no había cometido delito fiscal, pero sí fraude a Hacienda. La multaron con 28 millones de pesetas (no se escribe antiguas pesetas) y se salvó de ir a la cárcel. Ella, Lola Flores, La Faraona, un tsunami al lado de CR7 o Leo Messi. Se lo digo yo, que tengo 65 años. Aunque no me crean mis hijos. Los dos.