La situación política catalana

Si Junqueras no fuera independentista

Es una lástima que el líder de ERC, con un historial solvente, no considere soluciones más conciliadoras

ANTONIO SITGES-SERRA

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Si Oriol Junqueras no fuera independentista, otro gallo nos cantara. Para empezar, recobraríamos confianza en las posibilidades de la izquierda. Al fin y al cabo, somos muchos los desencantados ante al apretón de manos entre Navarro y Mas junto a la primera piedra del BCN World. Parece que en Tarragona no tienen suficiente con el Saloufest y el desaguisado sanitario de Prat y compañía. Conocemos sobradamente los argumentos de la realpolitik, pero ya nos hemos comido tantos marrones que, sinceramente, echamos en falta proyectos cabales.

Si abandonara el discurso populista sobre el futuro Estado de las maravillas (EL PERIÓDICO, 17 de abril), Junqueras proporcionaría la frescura, los ideales y la agitación que tanto necesita la izquierda. Aún recordamos con pasmo e indignación la penúltima fechoría de la sociovergencia oponiéndose en el Parlament a la comisión de investigación sobre el oscuro mundo de la sanidad catalana. Demasiados años emparejados convergentes y socialistas repartiéndose el pastel: puestos de trabajo, sometimiento de los profesionales, externalizaciones corruptas, multiplicación política de centros asistenciales y un largo etcétera. Lástima que Junqueras no explique sus planes para la sanidad y qué haría con la parasitación que esta sufre por la partitocracia. ¿Acaso quiere dejar el tema en manos de la CUP? El árbol de la independencia no le deja ver el bosque del país real. Así no recogerá los votos de la izquierda huérfana -la más inteligente, culta e influyente- que, en las elecciones autonómicas del próximo otoño, se abstendrá o acudirá, renqueante, a opciones poco glamurosas. También se privará de la izquierda social, atónita ante la posición clientelista de los aparatos sindicales.

¡Qué pena que Junqueras se haya adentrado en el túnel independentista! Podría haber sido un buen líder de esa izquierda deprimida que aguarda una oportunidad. Nos hubiera gustado, por ejemplo, oírle un discurso sobre la democracia participativa y la imprescindible ley electoral. Tiene un historial solvente y se explica bien. Gustaron sus apreciaciones críticas sobre el negocio de los casinos y la excepcionalidad fiscal con la que ha sido tratado. Lástima que hablara en voz baja y que sus argumentos apenas encontrasen eco en los medios férreamente controlados por sus oportunistas compañeros de viaje al país de las maravillas. ¡Qué lástima que Junqueras se haya anclado en el secesionismo y no nos explique su versión sobre el CAC y la libertad de expresión en Catalunya! Es una pena, porque hoy por hoy ERC atesora un buen número de votantes que podrían militar en una izquierda renovada, atenta a las necesidades sociales, a la regeneración democrática y a la protección del medioambiente. Es lamentable que no se decida a abandonar eslóganes y clichés para articular un discurso moderno: europeísta, social y ecologista. Que se lo piense bien. Quizá no sea demasiado tarde para rectificar, sobre todo porque el programa soberanista amenaza con quemarle a él y a toda una generación de políticos como pasó en el País Vasco.

¡Qué pena que Junqueras no priorice desalojar a CiU del Govern de Catalunya para liderar un proyecto federal y regeneracionista! Podría -no sin esfuerzo- ser un Roca o un Solé Tura de la segunda transición que se adivina en la próxima reforma constitucional, abandonando a CiU a su propia (mala) suerte, robándole la cartera a Navarro y dejando al pendular Herrera en los márgenes de la política como parece ser su insistente deseo. Pero nada. Por mucho que diga que su modelo social es diferente del de CiU y que al día siguiente Catalunya será el faro de Europa, a estas alturas ¿qué credibilidad tienen tales asertos? Muy poca, porque solo se le escucha una monótona soflama enraizada en la pedestre metafísica de un pueblo modélico con destino universal. Y eso ya lo hemos oído antes.

Junqueras tiene empatía y un discurso directo, desenfadado pero no bromista. Su éxito resucitando a ERC le ha llegado más por su capacidad de seducción que por sus argumentos. Quizá si abandonara con buenas razones el no-ideario secesionista, ni su propio partido se lo echaría en cara y encima ganaría votos. La confianza en los políticos es más a menudo fruto de su capacidad de liderazgo que de su (no) pensamiento político. Hoy, especialmente, el personal está más atento a los pequeños gestos, a la honradez, a la sinceridad y al compromiso que a los discursos grandilocuentes. En última instancia, el secesionismo se nutre más del hastío y la desafección reinantes que del deseo de nuevas fronteras y sus inevitables conflictos. Si Junqueras lo advirtiese, podría rectificar.

En fin, que es una lástima que Junqueras profese el independentismo y no considere soluciones más realistas y conciliadoras, en una época difícil que a todos nos exige prudencia y consenso.