Sí a Colau y no a la CUP

Antonio Baños y Anna Gabriel, diputados de la CUP, en el segundo pleno de investidura.

Antonio Baños y Anna Gabriel, diputados de la CUP, en el segundo pleno de investidura. / periodico

Albert Sáez

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Resulta como mínimo curioso observar el doble rasero de algunas élites políticas y económicas cuando hablan de la CUP y cuando hablan de BCN en Comú. La victoria de Ada Colau provocó comentarios como éste: "no tenemos sentimiento de alarma, sino de ilusión por lo nuevo". En cambio la posibilidad de que la CUP intervenga en la gobernación de Catalunya provoca "efectos negativos ciertos y objetivos en las decisiones empresariales de inversión así como en la localización de sedes corporativas". No se trata de competir para ver quién da más miedo pero sí de constatar que los empresarios no están exentos de ideología ni de prejuicios ni mucho menos de intereses como el resto de los mortales. ¿Por qué estos mensajes contrapuestos con solo algunos meses de diferencia? Seguramente porque algunos de los miembros del equipo de BCN en Comú son viejos conocidos con los que piensan que se puede llegar a hablar... y a pactar. Mientras que los chicos de la CUP son unos recién llegados, la mayoría de "comarcas" que dirían en algunos cenáculos de Barcelona. Eso explica algo pero no todo. Antes roja que rota  pero en ningún caso roja y rota.

Nuevo pacto social

Más allá de la anécdota sorprendre que tan poca gente vea en la llegada al poder de las nuevas fuerzas emergentes -sea la CUP, BCN en Comú o Podemos- la posibillidad de impulsar un nuevo pacto social. El hundimiento del consenso de la postguerra está en la base de la crisis europea y, por consiguiente, de la inestabilidad en España y en Catalunya. Neoliberales y postcomunistas tiran de los extremos hasta el punto de romper la baraja. Economía especulativa y desobediencia son dos caras de la misma moneda: la desigualdad social. Que haya fuerzas hasta ahora extraparlamentarias que adquieran responsabilidades de Gobierno no debería provocar temores sino esperanzas. Quizás el problema de fondo es llamar empresarios o trabajadores a quienes no lo son. Los dueños de sociedades que facturan como mucho 2,1 millones anuales poco emprearios son. Los trabajadores que llevan 30 años "liberados", más o menos, lo mismo.