Shakespeare vive en Westmisnter
Rosa Massagué
Periodista
ROSA MASSAGUÉ
Sin traiciones en sus múltiples variantes no existiría William Shakespeare. Su obra está plagada de infidelidades, alevosía, vileza y complots entre muchas otras acciones urdidas siempre en la sombra y que al final son las que mueven el mundo. Era así en tiempos del dramaturgo isabelino. Siglos después, un partido que se denomina conservador ha conservado (valga la redundancia) aquel legado en perfecto estado. Le llaman pragmatismo.
La última víctima es Boris Johnson quien acaba de entrar en el panteón de difuntos políticos apuñalados por los ‘brutus’ de su propio partido en el que están nada más y nada menos que Stanley Baldwin, Neville Chamberlain, Anthony Eden y Margaret Thatcher. La única diferencia está en que los cuatro mencionados cruzaron todos y en más de una ocasión el umbral del número 10 de Downing Street como primeros ministros mientras que a Johnson le han clavado el puñal cuando ni siquiera había entrado en aquella calle corta, estrecha y sin salida del barrio de Westminster.
El caos y el desconcierto reinan en el Partido Conservador tras el resultado del referéndum sobre la Unión Europea que propició la dimisión del primer ministro y líder del partido, David Cameron. En este tipo de situaciones aparece siempre el personaje que nadie espera, como Michael Gove, ministro de Justicia, considerado como uno de los cerebros del partido, un hombre que en el pasado y haciendo gala de una falsa modestia había dicho por activa y por pasiva que no reunía las condiciones para ser primer ministro.
Que tenía algo de traidor lo demostró al ser uno de los miembros del Gabinete que se desmarcó de Cameron --europeísta a pesar de su triste papel-- para alinearse en el campo del ‘brexit’ y no solo eso. Este hombre con cara de chico listo pero soso se convirtió en el jefe de campaña del extravagante Johnson y todo parecía indicar que sería su acompañante en la conquista del liderazgo del partido, que sería su cerebro en la sombra.
Sin embargo, Gove recuperó la vieja tradición. Ayer por la mañana reunía a unos cuantos diputados afines, les indicaba que Johnson no era de fiar, que no era el hombre adecuado para liderar el partido --algo en lo que tiene toda la razón-- y así, en aquel conciliábulo, afilaron las dagas para eliminar a Johnson y hacer candidato al propio Gove. En cuanto se supo de esta reunión y como decía un comentarista haciendo un símil con la Bolsa, las acciones del exalcalde de Londres empezaron a bajar. Y cayeron tanto que a Johnson no le quedó otra que abandonar.
IRRESPONSABLE E INADECUADA
A Baldwin y a Chamberlain los apeó del gobierno y del liderazgo del partido la política de apaciguamiento que ambos mantuvieron con respecto a Hitler. La crisis de Suez hizo afilar los cuchillos para jubilar a Anthony Eden. La intransigencia de Thatcher hacia la entonces llamada Comunidad Económica Europea llevó a varios barones del partido a defenestrarla sin contemplaciones. De todas estas crisis, el Reino Unido salió cada vez más debilitado. Ahora la salida de este país de la UE ha abortado una candidatura a liderar el partido y el Gobierno que se anunciaba como impredecible, irresponsable e inadecuada a tenor del currículo de Johnson. Sin embargo, lo importante es que esta crisis proyecta una sombra sobre un futuro más marginal del Reino Unido.
El aire teatral dominó el anuncio de la retirada de Johnson. Escogió sus palabras, midió las pausas entre frase y frase, moduló el suspense y cuando los periodistas/espectadores ya daban por hecho el anuncio de su candidatura, lanzó la bomba. Y cayó el telón.
El Partido Conservador está representando un drama ante sus electores, ante los británicos y ante una Europa atónita. La interpretación del sainete corresponde en estos momentos al Partido Laborista con al frente Jeremy Corbin, su líder ampliamente cuestionado pero dispuesto a no soltar el poder. “El mundo entero es un teatro, y todos los hombres y mujeres simplemente comediantes”. Lo escribió Shakespeare.
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