Peccata minuta

Ir en serio

¿Con qué Partido Socialista comparte Pedro Sánchez sus iniciales?

JOAN OLLÉ

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Así como Pablo Iglesias comparte nombre y apellido con el fundador del PSOE, también Pedro Sánchez comparte iniciales -PS- con el Partido Socialista. La pregunta es esta: ¿con qué Partido Socialista comparte Sánchez sus iniciales? ¿Con el nacido en 1879 de la mano de Pablo Iglesias sénior y el de Suresnes de 1974, hijo de González Guerra -cada día más parecidos a Richard Nixon y Rodolfo Martín Villa, respectivamente-, donde en ambos manifiestos se consagraba el derecho de autodeterminación de todas las nacionalidades ibéricas? ¿O con la actual máquina de mandar a cualquier precio, acojonada de que Extremadura entera les cuelgue del árbol más alto si les pilla silbando una canción de Llach?

Seguí la primera comparecencia pública del flamante presidenciable en la que PS, después de recomendar a sus posibles futuros aliados que renunciasen a vetos y líneas rojas, se vetó a sí mismo hablar con los soberanistas catalanes, añadiendo que, de hacerlo, sería para decirles que no tenían nada de que hablar. También insistió en que tampoco tenían nada que decirse con aquellos que levantaban fronteras críticas hacia Europa. La pregunta vuelve a ser otra, pero la misma: ¿con qué Europa? ¿Con la de la Ilustración, la Enciclopedia, la Revolución Francesa y la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano? ¿O con la que confisca los sueños de los refugiados de guerra -algo huele a podrido en Dinamarca- y negocia con el díscolo islote inglés salarios más bajos para los trabajadores rumanos, búlgaros, españoles... que para los súbditos de Su Majestad, mucho más proclives, eso sí, que PS a los referéndums?

Un discurso mecánico

Olí en el discurso ilusionadamente mecánico y sin alma de PS, más allá de su inmensa tirada de tejos al ciudadano Rivera -alter ego freudiano de Rajoy-, un tufo a media traición a sus palabras más recientes, como si los dos Felipes, el sexto y el otro, le hubiesen advertido muy seriamente de que esto es España y con España pocas bromas, muchacho.

Tal vez la solución consista en regresar a 1789 o 1879, cuando, en medio de la nada, nacían las primeras esperanzas de que, como diría Antonio Machado, un hombre, por mucho que valga, nunca tuviese valor más alto que el de ser un hombre. O una mujer, claro. Habló mucho PS y, por si alguien no acababa de confiar en su juvenil entusiasmo, aseguró más de una vez que iba en serio, casi muy en serio, como iba en serio la independencia, según aseguró dos días más tarde Puigdemont parafraseando conejeramente a Gil de Biedma. ¿Habían ido antes en broma? Sánchez no aludió a ningún poeta, pero me revolotearon por la cabeza los terribles versos de Boris Pasternak: «¡Qué vergüenza estar en los labios de todos cuando no tienes nada que decir!».