Editoriales
Seres humanos sin derechos
El deterioro de las condiciones económicas y sociopolíticas de los países africanos estimulan la salida desesperada de miles de sus ciudadanos que acaban siendo víctimas de las mafias. Su tránsito por el continente y la espera a pocos kilómetros de Ceuta o de Melilla tienen lugar en unas condiciones límite que son públicas y denunciadas tanto por oenegés como por medios de comunicación. De esta forma, nadie puede llamarse a engaño tras ver, en más de una ocasión, en zonas desérticas los cadáveres de los africanos que ya no alcanzarán El Dorado europeo, cerrado aparentemente a cal y canto a la inmigración clandestina.
La cooperación regional e internacional forma parte de la urgente acción para impedir el maltrato de esos inmigrantes y, en su peor versión, un final en las redes del tráfico de seres humanos. En ambos casos siempre existe la figura de un tercero que se lucra de la necesidad y, como en el caso de la nueva esclavitud, sale beneficiado de la tercera actividad ilegal más lucrativa, tras el tráfico de armas y de drogas.
Las historias de esas víctimas que hoy relata EL PERIÓDICO no pueden quedarse a la puerta de las cumbres de la Unión Europea y zanjarse con porcentajes o números. Al margen de la porosidad de las fronteras europeas están los hechos delictivos probados por sus testimonios, que explican la explotación, el abuso, las amenazas o las condenas a muerte por la falta de medios de transporte o de alimentos sufridos por miles de ciudadanos de Níger, Senegal, Mali, Costa de Marfil, Camerún o el mismo Marruecos. Sobre la mesa de las discusiones y los acuerdos entre Marruecos y Argelia y la UE, el silencio sobre estas situaciones en los países magrebís debe quedar descartado. De la misma manera, debe existir el compromiso de luchar en estos territorios contra la corrupción de los funcionarios vinculados al tránsito de inmigrantes y de las mafias. La existencia de «peajes», de «guetos», de infra-
viviendas no puede quedar bajo la alfombra. El problema de Europa no nace con el asalto de los simpapeles a las vallas de Ceuta y de Melilla. La comunidad internacional no puede dirigir el foco solamente hacia esos muros y apuntar con el dedo acusador solo a Europa. En la defensa de los derechos humanos deben comprometerse todos los países implicados. Antes de las vallas.
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