Desafío soberanista

Ser temido o ser amado

El Gobierno español no hace el más mínimo esfuerzo para generar estima hacia ningún tipo de proyecto estatal

Íñigo Méndez de Vigo, durante una rueda de prensa posterior a un Consejo de Ministros

Íñigo Méndez de Vigo, durante una rueda de prensa posterior a un Consejo de Ministros / periodico

ANDREU PUJOL MAS

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Maquiavelo se plantea una duda, y se la responde, en su insigne tratado de política titulado 'El Príncipe': «Surge una controversia: si es mejor ser amado que temido o viceversa. Se contesta que correspondería ser lo uno y lo otro, pero como resulta difícil combinar ambas cosas, es mucho más seguro ser temido que amado».  

Parece ser que el Gobierno español ha considerado, por lo que se refiere a la cuestión catalana, seguir la vía de ser temido a partir de las constantes amenazas de represión y no hace el más mínimo esfuerzo para generar estima a ningún tipo de proyecto estatal. 'El Príncipe' fue publicado a inicios del siglo XVI, cuando las soberanías y los gobiernos se hacían y deshacían a través de la herencia y la violencia. El mismo Lorenzo II de Médici, a quien iba dedicado el tratado, murió luchando por el control del ducado de Urbino y Maquiavelo sufrió el exilio y la cárcel.

A pesar de la visión caricaturesca que a veces se tiene del pensador florentino, Maquiavelo no era un ser amoral y despiadado. Recomienda al gobernante que procure ser temido, sí, pero evitando llegar a ser odiado: «Esto lo conseguirá siempre, si se abstiene de robar la hacienda de sus ciudadanos y súbditos».

CORTAR LA LIQUIDEZ

Más de 500 años después, se intimida a los catalanes con cortar la liquidez del gobierno que han escogido. Una liquidez basada en tan solo una porción de los impuestos que ellos pagan y aun prestada con intereses. Si se quiere seguir a Maquiavelo anacrónicamente, como mínimo se podrían respetar los estándares morales del Renacimiento. Pero en un sistema plenamente democrático la pregunta inicial formulada por el toscano debería verse invalidada, al menos parcialmente, porque la democracia se basa sobre todo en la persuasión y la convicción

Entonces, hablando de amor y de temor, debemos ver a qué impulsos responde cada cual. Quien hace todo lo posible para impedir que un asunto se dirima en las urnas es porque en realidad se mueve por un terrible temor: el de no ser amado