Ser o no ser (convergente)

TONI Aira

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Los hay que aún se preguntan si la acción policial y judicial contra Convergència afecta a las negociaciones para formar gobierno. Otros van un poco más allá y se interrogan sobre si esto toca el proceso soberanista en general. Y no hace falta ser muy perspicaz para ver claro que la sombra de la sospecha toca a una cosa y a la otra. Porque afecta de lleno (también anímicamente) a un actor político clave, que no es Artur Mas solo, sino Convergència, y sobre todo su espacio electoral, lo que queda de él, que no es poco.

¿Mas llevaba las cuentas del partido durante o después de la era Jordi Pujol? No. ¿Pero estaba ahí? Sí. ¿Y eso quiere decir que miente cuando dice que él no conoce ninguna mala praxis vinculada a la gestión económica o a la financiación de su partido? No necesariamente, pero mucha gente puede tener dudas, razonables o no. A partir de aquí, a partir de la mancha, de nuevo un motivo menos para levantar el ánimo de la parroquia independentista, y un motivo más, como mínimo, para mantener la sensación de estancamiento. ¿Y de ahí cómo se sale? Con decisiones drásticas.

Convergència no debe decidir ahora qué quiere ser de mayor. Debe decidir, en primer lugar, si quiere seguir siendo. Si vale la pena, si lo desea, si lo puede, si es necesario o si no. Es decir, que como instrumento político, el partido que hoy lidera Artur Mas está tocado de muerte. ¿Esto quiere decir que tenga que morir ya? No necesariamente. De hecho, da toda la sensación de que lo suyo está siendo un languidecer por desangrado gota a gota. Y va perdiendo fuerza, energía, color en el rostro, fuerza en la mirada. Esto, mejor que nadie, lo saben quienes están ahí dentro.

Un partido que vive permanentemente a la defensiva es un blanco perfecto para todos. Cualquiera se atreve con él. Y así es como los otros los someten a castings para ver cuál de los políticos que rodean a Mas parece menos convergente, y así poder plantearse investirlo presidente. Ganas de humillar que no se darían si en Convergència hubiera un poco más de autoestima.

Ha llegado el momento de que en CDC decidan si quieren «no ser» o si pasan ya a la ofensiva y aspiran a tratar de sobrevivir políticamente para ofrecer un proyecto rehecho (con o sin las mismas siglas) a un espacio electoral que a día de hoy todavía se plantea votar lo que ha representado Convergència o quedarse en casa el día del voto.

Ante eso, el mismo concepto de «ser convergente» debe redefinirse, pero ligándolo a un concepto clave que decanta el voto de las nuevas generaciones: la utilidad. CDC fue útil para muchas cosas en su momento. La nueva Convergència (con o sin este nombre), ¿para qué lo será? O lo encuentran dentro de su casa o desde fuera, otros, acabarán planteando una alternativa más estimulante. Por el camino, por cierto, y mientras este frente no se resuelva, el proceso, seguirá como ahora o peor.