Separatismo o democracia

JOAQUIM COLL

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Joan Mellen, director de la Asociación de Empresas de Diseño Español, retrataba el realismo mágico de Junts pel Sí en un ingenioso tuit: "Los separatistas quieren tener pasaporte español, que España les pague las pensiones, que el Barça juegue la Liga..., o sea, quieren una autonomía". Es el mejor resumen del debate de estos días en torno a enredadas disquisiciones jurídicas sobre la pérdida de la nacionalidad, el cobro de las prestaciones sociales o las consecuencias para los clubs catalanes de una secesión unilateral. Es sorprendente que quien propone liquidar la Constitución con solo una mayoría absoluta de diputados en una Cámara autonómica, pretenda ampararse en una cláusula de la misma para apuntalar su castillo de naipes. Pensar que esa Catalunya segregada ilegalmente seguiría en la UE porque los catalanes no perderíamos la nacionalidad española y, por tanto, la europea, es pura fantasía. Así de claro se lo dijo el periodista de la BBC, Stephen Sackur, en una dura entrevista a Raül Romeva en el programa 'Hardtalk'.

El controvertido artículo 11.2 ("Ningún español de origen podrá ser privado de su nacionalidad") ha de ser leído tras el 11.1 ("La nacionalidad española se adquiere, se conserva y se pierde de acuerdo con lo establecido con la ley"). El punto 2 fue elaborado para impedir sanciones administrativas individuales o actos políticos arbitrarios, como la figura del español apátrida que el franquismo utilizó para castigar a los disidentes. En ningún caso sirve para dar respuesta a una futurible secesión a la brava que podría acarrear la pérdida de la nacionalidad española de millones de personas. La obsesión por encontrar un punto de anclaje con la realidad jurídica, aunque sea la tan denostada Constitución, muestra hasta qué punto el separatismo intenta racionalizar su fe escolástica en que el proceso será indoloro en cualquier circunstancia. Artur Mas y los suyos intentan disfrazar un golpe de Estado bajo la promesa de un truco de magia abracadabrante.

Se equivocan los que siguen creyendo que todo esto no es más que una broma circense, y no ven en cambio la gestación de un drama colectivo. El domingo, al elegir el voto para la lista que sea, estaremos respondiendo, querámoslo o no, a una trascendental pregunta. ¿El problema que tenemos hoy los catalanes es con la libertad o con la democracia? Los separatistas consideran que esto va de libertad como sinónimo de independencia. Solo seremos plenamente libres tras la consecución de un Estado "propio", afirman, término que utilizan para dar a entender que nuestra histórica pertenencia a España es cuanto menos anómala. Para los otros, seamos federalistas, autonomistas o constitucionalistas, el problema no es con la libertad, sino con la democracia, particularmente con los múltiples déficits que hoy presenta en Catalunya. Nuestras instituciones, en manos del separatismo, están volcadas en la difusión de una ideología que no respeta el principio de neutralidad, minimiza el pluralismo y señala al disidente. No está en juego nuestra libertad como pueblo, que ya ganamos en 1978, sino la salud de la democracia en Catalunya.