La clave

Sentir tristeza todo el tiempo

IOSU DE LA TORRE

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Pilar Manjón nunca podrá superar la tragedia del 11-M. «Yo siento tristeza todo el tiempo», contaba ayer a Núria Navarro en una entrevista que pretendía arrancar la venda del olvido con la que ciertos canallas pretenden enmascarar el episodio más tremendo del pasado imperfecto de España.

Cuánto valor debe reunirse para convivir con la pena permanente. Sacar fuerzas para levantarse cada mañana, salir a la calle, ir al trabajo, comer, beber, mal dormir, descubrir cómo el cuerpo somatiza el martirio... Un eclipse que anula la existencia, el coraje de vivir, que lo ensombrece todo, cada suspiro, todos los latidos. Noqueada. Siempre es invierno. Nunca sale el sol.

Hace 10 años, José María Aznar salió tambaleándose del macrofuneral porque le atrapó la náusea al escuchar el reproche de un padre desesperado: «¡Te hago responsable de la muerte de mi hijo!». Hace mucho tiempo que el expresidente se recuperó del desmayo. La mueca adornada con el bigote de lija y la melena moreno de bote indica claramente que nunca ha experimentado esa condición de tristeza permanente que envuelve a Manjón.

Desmemoria nacional

Revisar todo lo acontecido aquel 11-M es un ejercicio necesario, obligatorio, para un país de gente desmemoriada, de vagos emocionales, de apáticos que aceptan lo irremediable de la historia oficial. Cientos de asesinados en la guerra civil continúan en las cunetas del olvido, sepultados aún más hondo por las toneladas de tierra arrojadas por el PP. Las hermanas de Salvador Puig Antich buscan en una jueza de Argentina la respuesta que no han logrado en España 40 años después.

El décimo aniversario del 11-M sirve, además, para recordar que muchos políticos mintieron y aún mienten y que los pregoneros de la conspiración del titadine y la ETA mintieron hasta engordar.

Pedro J. Ramírez y Casimiro García-Abadillo aún enredan, pero menos. El destituido director de El Mundo acepta ahora como «casi improbable» el papel de ETA. Sigue sonriendo. El sucesor, que tan bien alimentó la superchería, ayer se limitó a reconocer que «todos cometimos errores». También sonreía.

Qué tristeza.