El sentido común de algunos promotores
Jordi Alberich
Economista
JORDI ALBERICH
Hace pocos días leía cómo el presidente de los promotores, Lluís Marsà, alertaba del peligro de retornar a financiaciones hipotecarias que se aproximasen a la práctica totalidad del precio de la vivienda. Me sorprendió por cuanto uno tiende a pensar que lo único que mueve a un promotor es vender sus pisos, y que no anda muy preocupado por los efectos de las políticas públicas y privadas a medio plazo. Sin embargo, recordé una conversación que mantuvimos en plena crisis, y cómo también me sorprendió en esa ocasión, pues al preguntarle qué esperaban los promotores de las administraciones para reanimar el mercado de la vivienda, me respondió que política industrial, pues la industria genera trabajo estable que es la base para el arraigo personal y, en consecuencia, para atreverse a la compra de una vivienda.
Acostumbrado a tantos descalabros protagonizados por especuladores disfrazados de promotores, sorprende la existencia de promotores con esa visión amplia y a largo plazo. Afortunadamente, los hay. Y mejor aún si, en nuestros días, se expresan en la línea señalada. Principalmente, por dos razones.
En primer lugar, porque siempre resulta oportuno aprender de los errores, especialmente cuando sus consecuencias han resultado dramáticas. Y, en segundo, porque estamos en unos tiempos nuevos, en que a la empresa hay que pedirle un mayor protagonismo en recuperar ese mejor capitalismo sin el cual, y creo no exagerar, la idea de Europa pierde su sentido.
Hoy, tras dos décadas de globalización, la gran empresa goza de un enorme poder, más que en ningún otro momento de nuestra historia reciente. Así, la falta de un gobierno global permite disfrutar de un sorprendente margen de libertad. El ejemplo más obvio es el de esas multinacionales tecnológicas que, sin saltarse los marcos legales, pueden moverse libremente por la Unión Europea y buscar cobijo fiscal donde mejor les convenga; lo que se traduce en que, prácticamente, no saben lo que es pagar impuestos. En otro sentido, la flexibilidad laboral en nuestra economía es, hoy, muy significada. Ello, combinado con el debilitamiento generalizado de los sindicatos, otorga al empresariado una posición de claro predominio. Todo ello no es, en sí mismo, ni bueno ni malo. Depende de cómo se ejercite ese dominio.
En estos años parece haber primado la visión a corto, por encima del compromiso por ese capitalismo más inclusivo cuyos beneficios sólo se visualizan en el medio plazo. Sin embargo, debemos considerar que estamos en los albores de estos tiempos nuevos, y que del cómo se conduzca el necesario conflicto de intereses entre unos y otros, dependerá la calidad de nuestra vida en común. Comentarios como los señalados al inicio, invitan al optimismo.
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