Al contrataque

La señora María

Sonríe porque hoy es viernes y puede que hoy sus hijos puedan venir a verla y pasar un rato a su lado

ANA PASTOR

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La señora María grita y lanza gemidos intermitentes. No patalea porque no puede. Si pudiera también incorporaría ese gesto a su inevitable y doloroso repertorio. La señora María lleva días, quizá semanas, en la quinta habitación de la primera planta del hospital en el que todos escuchan sus lamentos. Se cuelan en cada rincón del largo pasillo. La señora María dice que tiene mucho frío aunque la temperatura de este julio sofocante le intente explicar lo contrario.

Al ponerle la manta por encima, su cuerpo menudo ha dejado de temblar. Pero a continuación dice que tiene mucho calor. Y ahora la realidad no quiere llevarle la contraria. Está tumbada de lado y aferrada con las dos manos a la barra lateral de la cama que la protege de una nueva caída.

Cuenta entre palabras difíciles de interpretar que tiene una fractura en la cadera. Pero al rato comenta que tiene rota la pierna y que todo el cuerpo le pica por culpa de la medicación que le están dando. La señora María termina como puede su relato y entonces vuelven los gemidos y los temblores. Intenta abrir los ojos para poder distinguir quién habla con ella. Pero se rinde y vuelve a los alaridos de dolor.

Lleva sola varios días, quizá muchos. Difícil saberlo. Ha pasado un rato y se le escucha decir que le hace daño la almohada. En realidad se le ha caído. O la ha tirado. Qué más da. Al recolocarla bajo su distraída cabeza, comenta que tiene 80 años y tres hijos. Sonriendo añade: «Y hasta nietos». Intenta centrar su relato entre despiste y despiste. Y al cabo de un rato consigue explicar que no vive con ninguno de ellos sino en una residencia. Asegura que allí está muy contenta y se queda adormilada de nuevo.

La letanía del llanto

La paz dura poco. Unos 15 minutos. Y entonces comienza de nuevo la letanía del llanto. Al poco rato se escucha entrar a una enfermera. «¿Mi princesa se ha quedado dormida?», pregunta con voz alegre. De nuevo son los ojos de la señora María los que se encargan de dar respuesta al cariño.

Cualquier gesto es bienvenido en esa habitación donde no encuentras un solo objeto personal que la convierta en la habitación de la señora María. No hay un neceser, ni una revista, ni un teléfono móvil, algo que la pueda conectar con el mundo exterior.

Una botella de plástico con agua es lo único que se ve al entrar. Quién sabe qué pasará por su cabeza en los ratos de lucidez. Quién sabe qué recuerdos ha conseguido sujetar en su frágil memoria. Quién sabe cuál de esas imágenes acaba de aparecer y le ha provocado una sonrisa en mitad del duermevela. O tal vez la señora María sonríe porque hoy es viernes y puede que hoy sus hijos puedan venir a verla y pasar un rato a su lado. Quién sabe.